21 de mayo de 2011

Un poema de Robert Pinsky

Robert Pinsky (New Jersey, 1940), poeta laureado desde el año 1997 hasta el 2000 (el único que hasta la fecha lo ha sido durante tres años), poeta, crítico y ensayista, es posiblemente conocido en España únicamente por haber salido en un episodio de los Simpsons (leyendo esto) (Temporada 13, episodio 289).

Sobre él, más, aquí.

Dejo aquí un poema, aparecido en la revista Poetry en Julio de 1980.



MURIENDO

Nada que decir sobre ello, y todo—
el cambio de los cambios, más cerca o más lejos:
el Golden Retriever de al lado, Gussie, ha muerto,

como Sandy, el Cocker Spaniel tres puertas más abajo
que murió cuando yo era pequeño; y cada día
cosas que estuvieron en mi memoria se apagan y mueren.

Las frases se extinguen: primero, todo el mundo olvida
que es un roblón; después tras ciertas décadas
en una metáfora obsoleta, "muerto como un roblón" parpadea

y se disipa. Pero alguien que conozco está muriéndose—
y aunque uno podría decir embaucadoramente, "como todos",
el ritmo diferente es lo que hace que la diferencia sea absoluta.

Las pequeñas y visibles esporas en el aire que respiramos,
que se posan inofensivas en nuestros vasos de agua
y en nuestra piel, por casualidad se juntan

bajo ciertas condiciones sobre el suelo del bosque,
o incluso en cierto rincón en sombra del césped—
y durante la noche los carnosos, pálidos tallos se congregan,

el incoloro crecimiento sin una flor ni hoja;
y alrededor de los tallos, la hierba sigue creciendo
con presión firme, como los pelillos insistentes

que crecen en la cara entre afeitados, las uñas
creciendo y muriendo en los pies y los dedos
con su propio y modesto ritmo, inconscientes

como las sosas polillas, que viven una noche o dos—
aunque como una polilla un alma brillante continúa latiendo,
aburrida e impaciente en la boca del monstruo.
_

16 de mayo de 2011

Railowsky


El salto se refleja en ese charco.
Repetir no es nombrar –y nombrar
es que algo acontezca- pero ocurre
-a veces ocurre, sí, que el simulacro
de la vida guarda algún parecido
con la vida- que el salto
                                          en
                                              el
                                                 poema
se parece a ese salto
que en el charco repite el otro salto
del muchacho que imita -sin saberlo-
el salto suspendido que en un cartel de circo
es el ajeno origen de tanto equilibrismo.



Tras la estación de San Lázaro, Henri Cartier-Bresson

[Nota: en realidad, el cartel ni pertenece a un circo ni en él pone Railowsky. Anuncia un concierto del pianista Alexander Brailowsky, famoso por sus interpretaciones de Chopin.]

8 de mayo de 2011

Sobre Robert Duncan

Leo la estupenda antología de Robert Duncan que Marta López-Luaces ha preparado para Bartleby (Tensar el arco y otros poemas, Antología poética 1939-1987).
Labor tremenda de traducción, nada sencilla, resuelta con nota. Alguna errata aquí allá y algún despiste.

Como ejercicio, traduzco un poema, que dejo aquí como invitación para acercarse al libro, muy beat, muy Sanfrancisco, muy W.C.W. 


UN POEMA EN ESTIRAMIENTO
  
    profetizando. Leyendo el agua o las palabras, los signos son cartas en sus múltiples yuxtaposiciones. En donde leemos. No está realmente ahí. No es nada. Una lámina de alterada arena. Un paisaje de sonidos, graznidos, suspiros, un suspiro. Un sencillo estiramiento del tiempo en el que los árboles no son verdes pero titubean. Un signo. Los fáciles árboles, casas, castillos muy lejanos, un foso, una autopista con corrientes de coches, una alta red de cables. No es nada. Cables u ojos bizcos dando paso a la visión en la deformación de la visión. No está ahí. Está en el aire. El rumor. ¿Llega a nuestros oídos?

5 de mayo de 2011

Epílogo, de Robert Lowell


Posiblemente uno de los poemas más conocidos de Robert Lowell, publicado el mismo año de su muerte (1977); últimamente las referencias a Vermeer me persiguen.

EPÍLOGO

Esas benditas estructuras, trama y rima—
¿por qué no son de ayuda alguna ahora
que quiero trabajar
desde la imaginación, y no desde el recuerdo?
Escucho el sonido de mi propia voz:
La vista del pintor no es una lente,
tiembla para acariciar la luz.
Pero a veces todo lo que escribo
con el raído arte de mis ojos
parece una instantánea,
escabrosa, apresurada, chillona, recargada,
más intensa que la vida,
pero paralizada por la realidad.
Toda una unión mal avenida.
¿Pero por qué no decir qué sucedió?
Reza por la gracia de la precisión
que Vermeer concedió a la iluminación del sol
avanzando como la marea sobre un mapa
hasta esta muchacha, toda anhelo.
Somos pobres realidades pasajeras,
advertidos por ello a que otorguemos
a cada figura de la fotografía
su verdadero nombre.


4 de mayo de 2011

Wallace Stevens de viaje


Andrés Catalán


Siempre que hay que caracterizar al poeta americano Wallace Stevens (Reading, Pennsylvania, 1879 – Hartford, 1955) se alude a su supuesta doble vida de ejecutivo en una compañía de seguros y de poeta, y a su desdén por los datos biográficos cuando se le preguntaba por ellos. Es archiconocida la respuesta que en 1922 envió al director de The Dial, Gilbert Seldes, cuando este le pidió una nota biográfica que acompañara a un grupo de poemas que iba a publicar: “Evíteme, por favor, la nota biográfica. Soy abogado y vivo en Hartford. Pero ninguno de estos hechos es divertido o revelador.” Su trabajo como hombre de negocios le permitió disfrutar de una vida de alta burguesía, al menos una vez que se estableció en el mundo de las compañías de seguros. No lo tuvo claro desde siempre: en 1901, mientras trabaja para el New York Tribune como reportero, llega a proponerle a su padre abandonar el periódico y dedicarse solamente a escribir. Pero este le aconseja dedicarse a las leyes: el joven Stevens le hace caso, y entra ese mismo otoño en la New York Law School. Al año siguiente, llegará a tomar la resolución de dejar la bebida y “escribir algo cada noche, sea una sola línea o una página entera”. Sin embargo, aunque no abandonará las lecturas y el interés por la poesía de los demás, optará los años siguientes por afianzar su carrera, primero en algunos bufetes de abogados, y después en el negocio de los seguros, y no escribirá gran cosa durante un largo periodo.

3 de mayo de 2011

El mismo frío, de Stephen Dunn

En Minnesota el frío de verdad llegaba
como ningún otro frío que hubiera experimentado previamente,
una descarada honestidad en él, una claridad
que siempre me tomaba por sorpresa.
En las noches de ventisca con las líneas cortadas
o en el amanecer sin baterías
el frío nos hacía buenos vecinos de todos los demás,
nos volvía honestos porque quizás necesitaríamos
algo honesto de vuelta, ningún autoestopista
abandonado en la carretera, ni siquiera algún helado
desconocido con pinta de desconocido apartado
de tu puerta. Tras una temporada,
recuerdo, cero se convertía en algo cálido—
gente de paseo, las chaquetas abiertas,
los pescadores del hielo en la gloria
de sus chozas como en una canción nórdica.
El frío se apoderaba de nuestras vidas,
vivido en cada conversación, tan absorbente
como la porquería local o el deporte local.
Si te cogía, varado por ahí,
lo que una persona querría hacer
era acurrucarse en él y dormir.
Llegado Febrero, algunos de nosotros necesitábamos
gritar, hacernos daño, divorciarnos.
Una vez, en la Ruta 23, treinta bajo cero,
mi Maverick se gripó, y un hombre
con una manta y una chocolatina, un hombre
hecho para cualquier clima, se detuvo y me llevó a casa.
Para él, el salvador, no era gran cosa.
Solo dos hombres, dijo, en el mismo frío.

THE SAME COLD

In Minnesota the serious cold arrived
like no cold I'd previously experienced,

an in-your-face honesty to it, a clarity

that always took me by surprise.

On blizzardy nights with wires down

or in the dead-battery dawn

the cold made good neighbors of us all,

made us moral because we might need

something moral in return, no hitchhiker

left on the road, not even some frozen
strange-looking stranger turned away
from your door. After a spell of it,

I remember, zero would feel warm—

people out for walks, jackets open,

ice fishermen in the glory
of their shacks moved to Nordic song.

The cold took over our lives,

lived in every conversation, as compelling

as local dirt or local sport.
If bitten by it, stranded somewhere,

a person would want

to lie right down in it and sleep.

Come February, some of us needed
to scream, hurt ourselves, divorce.

Once, on Route 23, thirty below,

my Maverick seized up, and a man

with a blanket and a candy bar, a man
for all weather, stopped and drove me home.

It was no big thing to him, the savior.

Just two men, he said, in the same cold.

(Stephen Dunn, Different Hours, 2000)
(Traducción Andrés Catalán)




2 de mayo de 2011

Vistas de Delft

Aunque estoy de acuerdo con Philip Levine en que Vermeer no nos necesita, en que no es necesario completar nada y en que quizá el verdadero poema no sea el cuadro en sí, sino los vecindarios, la gente real a las afueras del museo donde se encuentra el cuadro 1 ... aunque estoy de acuerdo, estos dos poemas. El primero, de ese maravilloso libro que es La pared amarilla de Carlos Pujol. El segundo, algo mucho más menesteroso.

 __

Cansa ver la ciudad, esas fachadas
de colores ingenuos, los canales,
todo visto mil veces día a día,
repitiendo el engaño
del tiempo que se va.
La puerta de Schiedam y su reloj,
y la puerta de Rotterdam
con sus torres gemelas,
la vida amurallada que protege
en vano de pretextos tentadores.
Hay una alegoría en esta imagen
de quietud que se mira en un espejo
que finge no existir.

(Carlos Pujol, La pared amarilla, Pre-Textos, 2002)


No la que tiende mansa su lomo a mediodía,
no ese preciso azul ni el amarillo
de la pared que Marcel Proust amaba,
sino la que coloca
en la ventana el ruido de los carros,
de los remos que se hunden en el agua,
la voz del mercader que anuncia sus ungüentos,
mientras vierte —cuidadosa—la leche
la muchacha.

(Andrés Catalán, "Vista de Delft", en Composiciones de lugar, Universidad Popular José Hierro, 2010)

Vermeer, Vista de Delft, c. 1660-1661


(Nota 1. A conversation with Philip Levine, Ploughshares, 10:4, 1984, p.13)