23 de febrero de 2016

Un poema de Thomas Hardy


ROMA, EN LA PIRÁMIDE DE CESTIO CERCA DE LAS TUMBAS DE SHELLEY Y KEATS

¿Quién era, entonces, Cestio,
y quién es para mí?
De las mil ocurrencias y los muchos recuerdos
uno solo me evoca.


Nada de lo que hiciera
me viene a la memoria;
para mí es un hombre que murió y fue enterrado
para dejar una pirámide

cuya intención fue expresada
no por su primer diseño,
no hasta que, mucho Tiempo después, junto a él
descansaron dos compatriotas míos.

Cestio en vida, tal vez,
asesinara, arrojara amenazas;
lo ignoro. Esto sé: su muerte y su silencio
hacen algo de mucha más nobleza

al guiar los pies de tantos peregrinos
con un marmóreo dedo hasta donde,
junto al muro sombrío y la calle donde ronda la historia,
descansan estos cantores sin igual…

—Di, entonces, que vivió y murió
para que esas piedras que llevan su nombre
señalaran, con el Tiempo, el lugar donde moran dos Sombras inmortales;
es una fama que le basta y sobra.

(Thomas Hardy)
(Traducción, A. Catalán)


11 de febrero de 2016

Dos monólogos de Shakespeare


El primero, en la agenda 2016 que ha publicado Vaso Roto para celebrar el 400 aniversario del Bardo. El segundo, mi monólogo favorito.

Dadme otro caballo: vendadme las heridas.
¡Ten piedad, Jesús! ¡Calma! Solo era un sueño.
¡Ah conciencia cobarde, cómo me afliges!
Las llamas arden azules: es plena medianoche.
Frías gotas de temor me cubren la piel trémula.
¿A qué temo? ¿A mí? No hay nadie más aquí.
Ricardo ama a Ricardo; eso es: yo soy yo.
¿Hay acaso aquí un asesino? No. Sí. Yo lo soy.
Pues huye. ¿Cómo, de mí mismo? Vaya razón:
temer la venganza. ¿Qué? ¿La mía de mí mismo?
Ay. Yo me amo. ¿Por qué? ¿Por algún bien
que yo me haya procurado a mí mismo?
Oh, no. ¡Ay de mí! ¡Más bien me odio a mí mismo
por los actos infames que yo mismo he cometido!
Soy un villano. Pero miento, no lo soy.
Idiota, habla bien de ti. Idiota, no adules.
Mi conciencia tiene mil lenguas diversas,
y cada lengua pronuncia un relato distinto,
y cada relato me condena por villano.
Perjurio, perjurio en su más alto grado,
crimen, crimen atroz en el grado más extremo;
todos los pecados distintos, cada uno en su grado,
se agolpan en el estrado, gritando "¡Culpable, culpable!"
Desesperaré. No existe criatura alguna que me ame;
y si muero, no habrá alma que me tenga lástima:
no, ¿por qué motivo iban a tenerla, pues yo mismo
me siento incapaz de tenerme lástima?
Me ha parecido que las almas de todas mis víctimas
acudían a mi tienda; y cada una amenazaba
con cobrarse la cabeza de Ricardo vengándose mañana.


(RICARDO III, ACTO V, ESCENA III)
(Traducción, Andrés Catalán)



Es la causa, es la causa, alma mía.
No permitáis que os la nombre, estrellas castas:
es la causa. Mas no derramaré su sangre
ni dañaré esa piel suya blanca más que la nieve
y tersa como el alabastro de un sepulcro.
Y aún así ha de morir, o traicionará a más hombres.
Apaguemos la luz, y después apaguemos la luz.
Si te extingo a ti, representante de la llama,
podría volver a recuperar tu anterior luz
si llegara a arrepentirme. Pero una vez
tu luz extinta, oh tú, falaz modelo de perfección,
ignoro dónde hallar ese calor prometeico
capaz de reavivarte. Cortada ya tu rosa
no podría darle otra vez vitalidad: por fuerza
habrá de marchitarse. Te oleré en el rosal.
[Besa a Desdémona]
¡Ah, fragante aliento, que casi llega a persuadir
a la Justicia de quebrar su espada! Uno más, uno más.
Sigue así cuando estés muerta, que te asesinaré
y te amaré después. Uno más, el último.
Nunca dulzura tal fue tan funesta. Debo llorar,
pero son lágrimas crueles. Esta pena es divina:
decide golpear allí donde ama. ¡Se despierta!


(OTELO, ACTO 5, ESCENA II)
(Traducción, Andrés Catalán)

8 de febrero de 2016

Un poema de Edward Hirsch



LA RENUNCIA A LA POESÍA
(Hofmannsthal en Atenas, 1908)

Estos ruinosos días de otoño. Al alba
el resplandor se filtra por el aire arrasado,
al anochecer el aire recoge el resplandor.

Así que esto es Grecia, mítica decadencia. Durante
años soñó con acariciar las faldas de estas colinas
y subirse a los hombros atronadores del Egeo,

pero ahora le embarga un cierto desencanto
en un país de tumbas y columnas, cementerios
y excavaciones, piedras y fragmentos de piedra.

El polvo del camino aún se aferra a su cuerpo
y las pizcas de sol se borran de su piel.
¿Qué le ha sucedido a las eternas presencias?

Asciende hasta la Acrópolis antes de que anochezca
para observar al sol ponerse detrás del Partenón.
Los primeros fuegos se avivan en el cielo,

y le llega un aroma de acacias, de trigo 
en sazón y mar abierto. Pero nada trasciende.
Bajo esta luz todo se desvanece en la niebla.

Estos griegos, se pregunta, quiénes son
sino sombras desleídas en sombras, profetas
de la no existencia, premoniciones de vacío.

Imposible antigüedad, búsquedas sin sentido.
Los desprecia por haberse convertido en vanos alardes
y traiciones eternas, en los simples adornos de una pared.

Edward Hirsch
Traducción, A. Catalán


(Original, aquí)