29 de mayo de 2014

Sobre Rusell Edson


El verano pasado me topé con la poesía de Russell Edson en un artículo de Vila-Matas sobre Lydia Davis (esta le mencionaba que "por cada millón de poemas que lamentan el cruel destino de un alma profundamente incomprendida, existe un poema divertido de Russell Edson) y, tras leer algunos, entusiamado por la mezcla de absurdo, lírica e insolencia, traducirlos a toda velocidad, mandarme un par de emails con Vila-Matas, tras algún otro artículo (aquí) y alguna otra traducción, salió una selección hecha por mí en un número reciente de Cuadernos Hispanoamericanos. Unas semanas después de todo esto, Edson moría a la edad de 79 años.



Poco sabía de Edson entonces y poco sé ahora: era un tipo alejado de la escena literaria, "a bit reclusive", me dijo Robert Pinsky cuando le pregunté, algo huraño, del que no es fácil conseguir demasiados datos. Pero siguen fascinándome su falta de pretensión literaria, su desenfado, su alegría. En las grabaciones que hay de él el público suele guardar un silencio incómodo y dubitativo, sin saber si hay que reirse de estos "poemas" o por el contrario tomárselos en serio, hasta que el propio Edson estalla en carcajadas ante sus propios despropósitos verbales y el público se le une aliviado. Es un tipo que difícilmente puede caerte antipático. Hace poco Charles Simic recordaba a su amigo Edson (aquí), y describía bien la manera en que este abordaba los poemas:

"Edson decía que quería escribir sin deudas u obligaciones hacia ninguna forma o idea literaria, una poesía liberada de la definición de poesía y una prosa libre de las necesidades de la ficción, liberada incluso de su autor y de sus propias expectativas. Lo que le hacía apreciar los poemas en prosa, decía, es su torpeza, su falta de ambición, y su sentido de lo raro. Si el producto acabado resultaba ser una obra literaria, esto era solamente algo fortuito respecto a sus intenciones. En otras palabras, concebía la poesía como un avión de hierro fundido que vuela esporádicamente, principalmente debido a que a su piloto no parece preocuparle si vuela o no. La verdadera sorpresa llega cuando nos damos cuenta de que lo que estamos leyendo no es la labor de un bromista, sino la de un pensador satírico y serio".

Uno de los poemas que más me gustan, especialmente cruel, es el siguiente:

SIMIO

No te has terminado tu simio, le dijo madre a padre, que tenía pelo de mono y sangre en las barbas.
Suficiente mono, gritó padre.
No te comiste las manos, y me tomé la molestia de hacer aritos de cebolla para los dedos, dijo madre.
Picaré un poquito de su frente, y con eso bastará, dijo padre.
Le he rellenado la nariz con ajo, tal y como te gusta, dijo madre.

¿Por qué no haces que el carnicero te trocee estos simios? Lo pones entero en la mesa cada noche; el mismo cráneo fracturado, la misma piel chamuscada, como alguien que hubiera muerto horriblemente. Esto no son cenas, son disecciones post-mortem.

Prueba un pedacito de encía, le he rellenado la boca de pan, dijo madre.
Agh, parece una boca llena de vómito. ¿Cómo voy a hincarle el diente a la mejilla con el pan derramándosele de la boca? gritó padre.
Parte una de las orejas, están tan crujientes, dijo madre.

Daría lo que fuera por que les pusieras calzoncillos a estos simios; aunque fuera un suspensorio, aulló padre.
Padre, cómo te atreves a insinuar que veo al simio como algo más que simple carne, aulló madre.
Bueno, ¿qué hay de esa cinta atada con un lazo en sus partes nobles? aulló padre.

¿Estás diciendo que estoy enamorada de esta criatura inmunda? ¿que rendiría mi abertura de mujer a esta bestia? ¿Que después de que hubiéramos hecho el amor en el suelo de la cocina lo metería en el horno, tras romperle la cabeza con una sartén; y que se lo serviría después a mi marido, para que mi marido se comiera las pruebas de mi infidelidad...?

Solo digo que estoy jodidamente harto de cenar simio cada noche, gritó padre.

(Russell Edson)
(Traducción de A. Catalán)

10 de mayo de 2014

Un poema de Saskia Hamilton



EMPIEZA A LLOVER

Mi amigo, uno de los cuatro jinetes del apocalipsis,
es capaz de divisar a los otros, "poniéndonos en peligro".
Nos dirigimos al Seven Stars a beber algo.
Los parroquianos se desparraman con la noche,

en la acera florecen las camisas blancas.
Luego los teléfonos, todo sonrisas, y los desastres
desaparecen, y ambos dejamos de llevar la cuenta,
y yo escucho, y empieza a llover, y nos devuelve

a la habitación cargada y ruidosa, húmeda de cerveza,
donde los abogados debaten las conclusiones
del día y él aún podría aparecer, creemos.

(Saskia Hamilton, Corridor, Graywolf Press, 2014)
(Traducción de A. Catalán, el original aquí)