4 de febrero de 2019

Un poema de Ted Hughes


FEBRERO

El lobo con la panza cosida llena de pedruscos;
los lobos nibelungos erizados como un negro pinar
contra un cielo rojo, sobre la nieve azul; o esa ancha sonrisa
sobre la colcha remetida: ninguno es suficiente.


Una fotografía: las patas peladas y nudosas
de último lobo cazado en Inglaterra le han malacostumbrado:
el peor desde entonces no le parece más que un pastor alemán.
Ahora es en el sueño que grita «¡Lobo!» donde estas patas

huellan el umbral bajo la luna, o corren y corren
a través del silencio del jardín, incorpóreas, acéfalas;
sin excesiva incomodidad aparente
por el día, también, acosan, asedian todo pensamiento;

le obligan a una repentina pausa reflexiva
ante los grabados de lobos colgados de una soga,
como en una jaula donde el escuálido lobo español
bailara, sonriendo, suplicando con ojos perrunos

que le lancen una pelota. Estas patas, despojadas,
que desdeñan todo lo enjaulado, o narrado, o pintado,
a lo largo y ancho del mundo real tratan de encontrar
su cabeza desaparecida, el mundo

que desapareció con la cabeza, los dientes, los ojos atentos...
Ahora él, por miedo a que escojan su cabeza,
bajo inclementes lunas se sienta a fabricar
máscaras de lobo, con las fauces bien cerradas sobre el mundo.

(Ted Hughes, Lupercal)
(Traducción, A. Catalán) 




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