Llegaría con un cilicio
llegaría con la lámpara en la noche
y me sentaría al pie de tu escalera;
me flagelaría hasta sangrar,
y tras horas y horas de oración
y tortura y deleite,
cuando mi sangre rodeara la lámpara
y destellara a la luz,
me levantaría y sería tu neófito
y apagaría la luz
para seguirte allá donde me guiaras,
para seguirte a donde tus pies son blancos
en la oscuridad de tu cama
y donde tu vestido es blanco
y sobre tu vestido tu pelo trenzado.
Entonces me aceptarías
porque yo sería repugnante a tus ojos
me aceptarías sin vergüenza
porque yo estaría muerto
y al llegar la mañana
mi cabeza descansaría entre tus pechos.
Llegaría con una toalla en la mano
e inclinaría tu cabeza entre mis rodillas;
tus orejas tienen un curioso pliegue,
nadie en el mundo tiene un pliegue igual.
Cuando el mundo entero se derrita bajo el sol,
se derrita o se congele,
recordaré aún el pliegue de tus orejas.
Me demoraría un momento
y seguiría la curva con el dedo
y tu cabeza debajo de mis rodillas...
creo que al fin lo entenderías.
Ya no habría nada que decir.
Me amarías porque te habría estrangulado
y a causa de mi infamia;
y yo te amaría aún más porque te habría mutilado
y porque no serías ya hermosa para nadie
excepto para mí.
(Trad. Andrés Catalán)
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