1 de agosto de 2023

'Feliz navidad de parte de Hegel', de Anne Carson

Fue el año que murió mi hermano. Yo vivía en el norte y tenía pocos amigos o se habían marchado todos. El día de Navidad estaba sentada en mi sillón, leyendo algo sobre Hegel. Les ruego me disculpen si saben mucho de Hegel o comprenden sus ideas, yo no y por eso voy a parafrasearlo torpemente, pero me pareció entender que decía que estaba harto de las críticas habituales a su horrible prosa, a lo que añadía que, con su burda dicotomía de sujeto y verbo, la gramática convencional estaba en conflicto con lo que él llamaba «especulación». La especulación, que es el asunto que incumbe a la filosofía. La especulación, que es el esfuerzo por captar la realidad en su totalidad interactiva. La función de una frase como «la razón es el espíritu» no era afirmar un hecho (decía), sino poner a la razón junto al espíritu y permitir que sus significados se mezclaran tiernamente en la especulación. Esta noción de un espacio filosófico donde las palabras van a la deriva en una suave y mutua redefinición de sí mismas me produjo una gran alegría, pero al mismo tiempo me sentía miserablemente sola porque todos mis familiares estaban muertos y además era el día de Navidad, así que me calcé unas botas grandes, me puse el abrigo y salí dispuesta a quedarme un rato en la nieve. ¡No lo hacía desde la infancia! Había olvidado lo asombroso que es. Me interné en un bosque. Los abetos, que lo hacen magistralmente, estaban por todas partes. Veinte grados bajo cero con viento, aunque dentro de los árboles no hay viento. El mundo se va sustrayendo por capas. Los ruidos externos como el tráfico y el roce de las palas se desvanecen. Los ruidos internos se vuelven audibles, chasquidos, suspiros, caricias, ramitas, el aliento de los pájaros, las uñas de las ardillas. Los abetos se mueven con grandiosidad. El blanco está perfectamente curvo, pasmado de sí mismo. Bocanadas de bruma helada y algunas cosas doradas flotan hacia arriba. Las sombras arrastran su inmovilidad por la nieve con una vibración de otras sombras que se cruzan con ellas, sombra sobre sombra, a velocidades precisas. Hace mucho frío, luego también eso comienza a sustraerse, el cuerpo se enfría en la superficie pero el núcleo está caliente y es posible desconectar la superficie, retirarse al núcleo, donde fluye una paz arrebatadora, tan arrebatadora que no me avergüenza usar la palabra arrebatadora, y no es la paz que produce desligarse de los sentidos, sino la paz limpiadora del mirar, escuchar y sentir en el núcleo mismo de la nieve, en el núcleo mismo del cuidado de la nieve. No tiene nada que ver con Hegel y él no admiraría las frases burdamente convencionales con las que he intentado contarlo, pero sospecho que si ese día de Navidad no hubiera apreciado el estado de ánimo de la particular indignación gramatical de Hegel, nunca habría salido a ver la nieve, ni me habría quedado a especular sobre ella, ni habría tenido la paciencia de sentarme y hacer mi propio registro de las especulaciones como si fuera una forma digna de pasar la tarde, una forma plausible de transformar el horror helado de la jornada festiva en una especie de regreso al hogar. Feliz Navidad de parte de Hegel. 

 

(Anne Carson, Flota, traducción de Andrés Catalán y Jordi Doce) 




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