28 de agosto de 2023

'En memoria de A. A. Ajmátova', de Arseni Tarkovski

 

I

 

He mullido un lecho suave,

decapitado bosquecillos y praderas

para que se tendieran a tus pies

el laurel dulce y el amargo lúpulo.

 

Pero abril no relevó a marzo

para custodiar las firmas y las leyes.

En la tierra más llena de lágrimas

te levanté un monumento.

 

Me detengo bajo el cielo del norte

ante tu blanca, pálida, rebelde

altura montañosa,

 

y no me reconozco a mí mismo,

a solas, a solas con mi camisa negra

en tu futuro, como en el paraíso.

 

Agosto de 1968

 

II

 

Cuando en San Nicolás de los Marinos

la miseria se postraba entre las flores,

una palabra humilde y ajena

hizo brillar su oscura austeridad

en la cera de una boca soberana.

 

Pero su significado era incomprensible,

y si pudiéramos entenderla, la perderíamos,

y era, como una ficción, confusa

salvo tal vez en el rastro trémulo

de las velas casi derretidas.

 

Y la sombra de un orgullo vagabundo

sobre el negro hielo del Nevá,

sobre el nevado desierto del Báltico

y a través del azul Adriático

voló ante nuestros ojos.

 

Abril de 1967


 

III

 

Hacia casa, hacia casa, hacia casa,

entre los pinos de Komarovo...

¡Oh, mi ángel de la muerte,

con una corona fúnebre en mi cabecero,

con su pañuelito de encaje,

con las alas en ristre!

 

Como la nieve para los árboles,

para la tierra no es una carga

tu arca abierta que flota

ante todas las miradas

hacia el siglo veintiuno,

de un tiempo a otro tiempo.

 

El invierno despidió su último rayo

de luz sobre las cabezas,

como el primer aleteo

bajo las agujas de Karelia,

y las estrellas iluminaron la noche

sobre el nevado azul.

 

Y toda la noche

te juramos la inmortalidad,

te rogamos que nos ayudaras

a abandonar el hogar del desconsuelo,

toda la noche, toda la noche, toda la noche.

Y otra vez la noche comenzaba.

 

Abril de 1967

 

IV

 

Por el hielo y la nieve, entre jazmines,

más blanca que la nieve, en su palma

se llevó consigo a la tumba

media alma, media canción,

la mejor que cantaron sobre ella.

 

Sin confiar en los halagos,

completado su semicírculo terrenal,

como una herejía reconocida a medias,

a través del dosel helado, a través

de torbellinos de luz...           

                                   mira hacia el sur.

 

¿Qué ve la mirada invisible

de sus recelosos ojos claros?

¿Las contraventanas abiertas

de kilómetros e inviernos o la hoguera

que nos envuelve?

 

3 de enero de 1967


V

 

Los pinos blancos

                        cantan: ¡Amén!

                        mi paloma: tu mano.

Amargo es mi pan,

                        mi voz es ajenjo,

                        mi camino es amargo.

 

En mi garganta

                        hay un azul celestial:

                        tus Aes gélidas:

                        Ángel y Canaán,

                        tú apartada.

 

Tú distanciada:

                        un desierto de desiertos,

                        un festín, conmemorado en el ayuno,

el fósforo de las últimas estrellas

                        que tras siete siglos

                        ha llegado a los ojos.

 

VI

 

Y acompañé a esta sombra en su último

camino, hasta el último umbral.

Y las dos alas de su espalda poco a poco

languidecieron, como dos rayos.

 

Y el año completó su círculo de puntillas,

el invierno trompetea desde el claro del bosque

y la calígine de mica de los pinos de Karelia

le responde con un tintineo desafinado.

 

¿Y si la memoria es incapaz de restaurar el día

en medio de las tinieblas, fuera de la ley terrenal?

¿Y si la sombra, al abandonar la tierra, de la palabra

no bebe la inmortalidad?

                                               Cállate, corazón.

No mientas. Toma un poco más de sangre,

bendice las luces de la aurora.

 

12 de enero de 1967

 

(Traducción de Irina Chernova y Andrés Catalán)



 

 

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