La pura velocidad y la fugacidad de Cy Twombly
Anne Carson
«¿Cómo dibujar una línea que no sea estúpida?» se pregunta Roland Barthes en su insuperable ensayo sobre los grafismos de Cy Twombly. Esta buena pregunta me resulta un consuelo, pues nunca me ha gustado mi propia letra. Su trazo me resulta insistente, exhibicionista, un tanto sensiblero... y sí, estúpido. No puedes alejarte de ti misma con tu propia letra. Y sin embargo Twombly lo hace. Encontró la manera de llegar a una letra que no es la de nadie, o es la de todos, o es mítica, o es solo una mancha dejada por algo escrito allí previamente. Barthes describe la letra de Twombly como «imprecisa», «torpe», «ociosa», «demorada», «a la deriva entre el deseo y la cortesía» y (citando al Tao Te Ching), la de un hombre que actúa «sin esperar nada». Ninguna persona sensata rebatiría las agudeza de las observaciones de Barthes o las sobresalientes persuasiones de su estilo. Así que tomaré ese ensayo como punto de partida para reflexionar sobre algunos de los misterios de la letra de Twombly.
Puesto que no soy una experta en arte, aunque he estudiado a los clásicos, quiero tratar de reflexionar sobre Twombly a través de los poemas de Catulo. Estos dos espíritus me parece que están de alguna manera en sintonía.
Alusiones eruditas y expresiones desenfadadas se mezclan en la obra de ambos. Catulo, como Twombly, era altamente susceptible a los encantos del pasado clásico, que en su caso eran los griegos.
Estudió e imitó a los poetas líricos griegos, adaptó los metros griegos a la fonética latina, y tradujo los textos de Safo y Calímaco en frescas obras maestras romanas. Pero su impulso principal era la rebeldía. La sobria superficie de la poesía romana le aburría. La hizo pedazos. Las devociones convencionales le impacientaban. Las desfiguró. Su estilo poético yuxtapone la crudeza de los graffiti (en los poemas de invectivas) con una autopsia psíquica tan delicada como la de Safo (en los poemas amorosos). Cambió la dicción del verso lírico, permitiéndose palabras como lotum («meado») y defututa («muy follada»). Cambió toda la velocidad de la labor poética de decirlo tal como es, sea lo que sea: aceleró la superficie. Murió a los treinta años.
Era costumbre de Twombly (así se lo escuché decir a Nicola Del Roscio, asistente y archivero de Twombly durante casi cincuenta años) enamorarse de diferentes poetas en momentos diferentes. Su saison con Catulo produjo el cuadro de dieciséis metros Di adiós, Catulo, a las costas de Asia Menor, comenzado en 1972 y acabado en 1994. No sé realmente lo que significaba Catulo para Twombly.
Compartían lugares de vacaciones, pues Twombly vivía parte del año en una casa en la ciudad italiana de Gaeta, donde Catulo solía ir de vacaciones en el siglo primero antes de Cristo. «Catulo tenía amigos allí. Era una especie de colonia veraniega de artistas, como East Hampton... hace 2000 años», le contó Twombly a un entrevistador. Le divertía que las vacaciones de Catulo en Gaeta las pasara en casa de un cierto Mamurra (un prefecto romano, playboy y favorito de Julio César) a quien Catulo se refería en sus poemas como pathicus («maricón») y mentula («picha»). Los gays pueden ser crueles unos con otros. Pero (otra vez según Del Roscio) la conexión más profunda de Twombly con Catulo era elegiaca, como sugiere el título del cuadro de 1994.
Asia Menor era el nombre antiguo de la península de Anatolia, la moderna Turquía, la mayor parte de la cual fue anexionada por los romanos en el primer siglo antes de Cristo y se convirtió en la provincia romana de Asia. Catulo pasó una temporada allí, probablemente en el 57-56 a.d.C, como parte del personal del gobernador romano de Bitinia. Nada se sabe de los sucesos de ese año salvo uno: su hermano murió repentinamente en la Tróade y Catulo acudió a celebrar sus exequias en la tumba. Fue la ocasión del que es quizá su poema más conocido, la elegía a su hermano (poema 101):
Multās per gentēs et multa per aequora uectus
Muchos países he atravesado
y muchos mares. Y aquí llego, hermano,
ante esta infortunada tumba tuya,
para darte los últimos honores,
los propios de la muerte, y dirigirme
inútilmente a tu ceniza muda,
ya que el destino te apartó de mí,
mi pobre hermano, ay, injustamente
perdido. Pero ahora estas ofrendas
han llegado hasta aquí, según la antigua
costumbre que heredaron nuestros padres,
con toda mi tristeza ante tu tumba.
Acéptalas, que vienen empapadas
por el llanto fraterno. Y para siempre,
hermano mío, te despido. Adiós.
[nota: cito por la traducción de J.A. González Iglesias para Cátedra]
Twombly admiraba particularmente este poema «por el esfuerzo del lenguaje que abarca toda clase de emociones», decía Del Roscio. El título del cuadro remite, posiblemente bastante explícitamente, al último verso del poema (atque in perpetuum, frater, ave atque vale). Y detrás está la límpida superficie de la tristeza del poeta donde podemos ver, como en un claro estanque oscuro, el instante en que la muerte se desgaja de la vida. Me fascina que Barthes encontrara pruebas de este instante en las grafías de Twombly, en su impulso metafísico. Al describir la torpeza de su letra, incide en su ligereza, su tendencia a borrarse gradualmente y desaparecer. Barthes analiza el impulso: «para enlazar en un estado único lo que aparece y lo que desaparece; [no] para separar la exaltación de la vida y el miedo a la muerte... [sino] para producir un efecto único: ni Eros ni Tánatos, sino Vida-Muerte, en una sola idea, un solo gesto». Del mismo modo resulta igualmente fascinante ver las ideas y los gestos que esta pintura evoca en los espectadores. Cuando se exhibió en la Menil Collection en Houston hace años, el guarda encontró a una mujer francesa frente al cuadro, totalmente desvestida. «La pintura hace que me den ganas de correr desnuda», escribió en el libro de visitas. A Twombly le encantó su reacción. «Es insuperable», declaró al New York Times.
Mezclar la exposición y la supresión, Eros y Tánatos, es un instinto filosófico y un método artístico que comparten Twombly y Catulo, me parece. Todo método es un «acto de duda». Twombly no es un erudito, Catulo no es de su propiedad. Pero «Catulo» le ofrece un resorte de pura alegría para escribir. La ilegibilidad, la deformidad, los errores ortográficos, son todas formas de renegar de la posesión o el poder sobre su significado, a la vez que mantienen una presencia antigua que reluce en la obra. Debemos señalar de paso que el título exacto de la obra de 1994 es Sin título (Di adiós, Catulo, a las costas de Asia Menor). Los paréntesis apuntan a la vacilación de Twombly de reclamar a Catulo directamente.
El carácter indirecto, dice la gente, era característico también de la manera de hablar de Twombly. Se detenía y recomenzaba, se hacía inaudible, se apagaba, se cubría la boca con la mano. Y sin embargo la pura velocidad es lo que se produce en su lienzo. «Todo vive en el presente, es el único momento en que podemos vivir», decía. Lo que Catulo aportó a la poesía romana fue esta chispa de un instante en el tiempo. Esa es la genialidad de un poema lírico: extraer y enmarcar un miniexplosión de «ahora». Y nadie celebra su fugacidad más jubilosamente que Catulo, salvo quizá Twombly. Todo lo lírico sucede solamente una vez, el mundo, tu corazón. Pensemos en el poema que Catulo escribió cuando dejó Asia Menor —en parte la oda de una partida y en parte un tributo a la estación primaveral— junto al lienzo totalmente jubiloso de Twombly titulado Primavera, de Quattro Stagioni. Mi traducción de Catulo es un tanto libre porque este poema en latín tiene toda la liberación y exuberancia de un joven inquieto ante un viaje: tiene luz y hojas y olas batidas por el sol; tiene nuevas y claras brisas, desiertos antiguos, y un crudo verde que ansía desaparecer; tiene temblor por el futuro y un atisbo de tristeza por el pasado, el cariño de los camaradas y el pavoneo de un poeta que se dirige a sí mismo (Poema 46):
¡Ahora se libera la primavera!
Ahora el equinoccio detiene sus azules furias
como si fueran páginas.
Te digo, Catulo, deja Troya, deja el suelo quemado, como hicieron.
Cuida que cambiemos todo, todos los significados,
todas las claras ciudades de Asia tú y yo.
Ahora la mente, ¿no es ella un ávido vagabundo anticipado?
Ahora los pies hacen crecer hojas alegres por ver quién aguarda sus verdes cebos.
Oh vida mía no regreses
por el mismo camino, ve por uno nuevo.
Y allá va Catulo partiendo hacia el futuro en pinceladas de primavera. «Las cosas antiguas son cosas nuevas», decía Twombly.
(Anne Carson, en Cy Twombly: Making Past Present, The Museum of Fine Arts, Boston, 2020)
(Traducción de Andrés Catalán)
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