NATURALEZA MUERTA
Un vapor sonámbulo, como un visitante fantasmal,
flota suspendido sobre un lago
de tennynsoniana calma justo antes del amanecer.
Árboles invertidos y pedruscos tiemblan y se escurren
en la bruñida oscuridad. Plateados destellos apuntan
entre el líquido follaje, y un poco después desaparecen.
Todo está empapado y brillante de humedad.
Una telaraña, tejida con tirantez
en el bastidor de las puntas dobladas de la hierba,
se comba como un trampolín o la red de un bombero
con todo el oropel y las riquezas que ha atrapado,
cada gota un pisapapeles de cristal de Steuben.
Ningún canto de pájaro aún, ni un grillo, ni una trucha
explota en los remolinos
en busca de una rasante mosca. Todo está por llegar.
Las cosas están tan detenidas y calmadas a lo largo
de todo el universo como antiguos cuencos chinos,
y la naturaleza permanece espléndidamente muda.
¿Por qué me agita tanto todo esto, como un código
o un sordo presentimiento
de propósitos y sucesos ya preestablecidos?
Me conoce, y yo reconozco esta forma
de vacilación cautelosa, lista para saltar,
este silencio tan comprimido y tan intenso.
Como en una superficie de agua contemplo
el primer y suave decreto
de la luz, su pálidas, inaudibles órdenes.
Permanezco junto a un pino en el frío,
justo antes del amanecer, en algún lugar de Alemania,
con un helado, húmedo fusil Garand en mis manos.
(Anthony Hecht, Collected Earlier Poems, New York, Alfred A. Knopf, 1990)
(Traducción de A. Catalán)
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