19 de noviembre de 2013

Stephen Dunn, motos, naranjos y el Herald Tribune


Antonio Rivero Taravillo se refería hace poco (aquí) a un poema de Stephen Dunn en el que este alude a su vida en España, cuando al inicio de su carrera literaria decidió mudarse a nuestro país para escribir una (pésima, según el propio Dunn) novela. Es una visión muy guiri, todo hay que decirlo, muy alejada de la mirada crítica y entristecida de Philip Levine (de cuyos poemas sobre España pronto daré más -felices- noticias). 

Dejo aquí la traducción de dicho poema. El original puede encontrarse, por ejemplo, aquí.


SALVAJE

El año que tuve una moto e iba hendiendo el aire
por el sur de España, y era capaz de oler las naranjas
de los huertos de naranjos al pasar a su lado
por las afueras de Sevilla, comprendí
que llevaba viajando demasiado tiempo en coche,
probablemente incluso debería conseguirme un caballo,
convertirme en algo elevado, algo conectado a la carne
rodeado de toros y de vacas.
Mi flamante esposa tenía cierto brío
que me preocupaba y me excitaba, un historial
de saber pasar página. Vino de espita por dos duros,
langostinos y angulas, incluso el idioma
se me antojaba peligroso en los labios. Por las mañanas,
desprovisto de hielos el congelador,
solía salir a toda velocidad en mi moto hasta casa del vendedor de hielo,
atar un gran boque rectangular
al asiento supletorio en el que a menudo se sentaba mi mujer
bien pegada a mí, los brazos rodeándome la cintura.
En las calles el olor del aceite de oliva,
el ruido de los hombres indecisos entre la iglesia
y el sexo, sus cuerpos tensos, heréticos.
Y las mujeres, elegantes, reservadas,
o desaliñadas, rebosantes de júbilo, un Cristo
alredor del cuello.
Nuestros vecinos nos mostraron cómo encerrarnos
por las tardes,
la estupidez de no tenerle respeto al sol.
Nos perdonaron quiénes éramos.
Por las noches solíamos turnarnos el Herald Tribune
para matar mosquitos, ensangrentadas las paredes del dormitorio
en este país famoso por la sangre;
no lográbamos matar nunca bastantes.
Cuando el Levante, el ventarrón, llegó desde África
con su arena y su calor, perturbando las cosas,
trajo consigo una lección, inaprensible,
acerca de hasta dónde puede llegar cierto salvajismo.
El dinero se nos acabó. Vendí la moto.
Nos marchamos sin ni siquiera saberlo
a ocupar nuestros lugares más tranquilos del mundo.

(Stephen Dunn, What goes on, 2009)
(Traducción, A. Catalán)


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