6 de agosto de 2013

Un (otro) poema de Philip Schultz


AVARICIA

Mi ciudad de la costa se esfuerza
en recoger las hojas,
ofrecer cursos de verano,
y mantener la biblioteca abierta.
Cada día
más hombres aguardan
en la estación de tren,
esperando a que los contraten.
Puesto que la creencia
es que los hispanos trabajarán por menos
los escogen primero,
mientras los blancos y los negros
esquivan el terror
en los ojos de unos y otros.
Nuestro chapuzas, Santos,
que cuenta solamente
con lo que sus manos le consigan,
está orgulloso de su medio acre en Guatemala,
donde planea jubilarse.
Su deseo de proceder con dignidad
es admirable, pero bien sabe
que ahora ya nadie se jubila,
solo se trabaja más duro.
Mi padre se imaginó una vida
más satisfactoria que aquella
que al final logró llevar.
No se veía como alguien inculto,
frustrado, o amargado,
sino como alguien a-punto-de ser rico.
Creía que hacerse rico era su derecho.
La felicidad, solía pensar yo,
es una ilusión necesaria.
Ahora pienso que son solo
valiosos instantes de alivio,
como soñar con Guatemala.
Algunas veces, por la noche,
en invierno, rodeado por
el elocuente silencio
de las mansiones vacías,
que fueron una vez pequeñas casas
en las que la gente vivía sus vidas,
y son ahora propiedad de los bancos
y los ricos ausentes,
me gusta permanecer en la ventana,
buscando el inútil parpadeo de una tele,
siempre sorprendido de ver
en su lugar
el singular, poroso rostro
de mi propio reflejo,
absorto
en su única abundancia.

(Philip Schultz)
(Traducción de Andrés Catalán)
(El original, aquí)



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