28 de octubre de 2025

Un cadáver a los postres

 

UN CADÁVER A LOS POSTRES

Andrés Catalán 

 

Todo el mundo recordará la escena de la tragedia escocesa de Shakespeare en la que el fantasma de Banquo, destinado a engendrar un linaje de reyes y por ello mismo asesinado por su antiguo amigo y aliado, se aparece —poniéndolo todo perdido de ectoplasma— en el banquete del Acto tercero. Solo visible para un Macbeth atormentado por la culpa, su muda presencia basta para acabar con una reunión —que tampoco es que se anunciara excesivamente jaranera—, tal y como lo anuncia la terrible Lady Macbeth: "You have displac'd the mirth; broke the good meeting / with most admir'd disorder" [Habéis desterrado a la alegría; puesto fin a la reunión / con un trastorno digno de admirarse]. De este episodio procede la expresión inglesa "the ghost at the feast", que podemos encontrarnos en ocasiones en las variantes "the skeleton at the feast" o "the specter at the feast". Ser eso, "un fantasma en el banquete", viene a convertirte en esa persona cuya presencia basta para dar al traste con cualquier alborozado encuentro: una comida familiar, una recepción, un cumpleaños, una noche de copas; te convierte, dicho en castellano, en un inevitable aguafiestas, en un cenizo de cuidado.

No conocía la expresión y me la encontré hace poco en un poema del norteamericano Robert Frost. Como sucede la mayor parte de ocasiones en poesía, el autor juega con el significado literal y figurado de la expresión, haciendo imposible (nunca digas imposible: haciendo extremadamente difícil) la traducción: optar por "aguafiestas" donde había un fantasma y un banquete es perder demasiado significado (¡y demasiadas sílabas!) y lo contrario daría una dimensión paranormal al poema que este no tiene. "No human specter at the feast / can scant or hurry her the least. / She takes her time to take her fill". Como se trata de Frost, el granjero Frost, nuestra protagonista es una gallina, una pularda tragaldabas y bastante finolis: ni un fantasma de hombre o bestia, ningún entrometido, podría apresurarla o escatimarle nada del alimento al que aplica su total atención. El problema, claro, consiste en mantener el juego con la expresión sin perder el significado. Y aquí es donde el anecdótico problema de traductor me sirve para hablar de traducción y de entrometimientos. Uno menor (o no) es el de mi pareja que, acuciada por mis quejas ante los imposibles juegos de palabras de Frost, sugirió "convidado de piedra", cosa que jamás se me habría ocurrido. No es lo mismo (un convidado de piedra es alguien que en una reunión no participa de ella, mas no tiene por qué arruinar el encuentro), pero conserva el origen libresco (el Burlador de Tirso), el aspecto fantasmal (se trata de la estatua de piedra de un muerto), festivo (se le invita a una cena) y permite conservar el juego de palabras: "Ningún convidado de piedra a su banquete / podría escatimar o apresurarla lo más mínimo. / Se toma su tiempo en llenarse el buche".

Y es que se me ocurre que, de alguna manera, todo traductor es eso, un fantasma aguafiestas, una presencia hostil e indeseada en el texto que traduce. Si resulta demasiado visible hará fracasar irremediablemente la fiesta del poema, provocando que el lector huya despavorido como los invitados de Macbeth o dando pie a exabruptos nada cariñosos por su parte dedicados a la madre del editor. Lo peliagudo es sin embargo que no hay más remedio que hacer de fantasma, que pringar de ectoplasma la página que reconviertes a tu idioma. Más aún si se trata de un poema, si hace falta que de alguna manera el texto vibre con un aliento, con una longitud de onda perceptiblemente auténtica que una traducción aséptica y fielísima al original no permitiría en ningún caso. En ese equilibro, entre el ser aburridamente invisible y el convertirte —como el título de esa hilarante película— en un cadáver a los postres, se encuentra, supongo, el secreto de un poema bien traducido. Lo ideal sería, claro, pasar absolutamente desapercibido a la vez que infundes vida a las palabras, lo cual a veces no es posible ni de lejos. Pero that's the way the cookie crumbles o, en la ¿única? traducción posible de tan sugerente expresión anglosajona, es lo que hay.

 

(Publicado en Quimera, 364, 2014) 

 


 

 

15 de septiembre de 2025

'Muertes y entradas', de Dylan Thomas

 

 

Casi en la incendiaria víspera 

    de varias muertes cercanas,

cuando lo menos uno de tus más amados

    y conocidos de siempre tenga que abandonar  

los leones y las llamas de su aliento aéreo,

    de tus amigos inmortales

quién levantará los órganos del escrutado polvo

    para emitir y cantar tu alabanza,

aquel que llamó de lo más hondo guardará silencio,

    uno que no puede ahogar o interrumpir

    eternamente ante su herida

en el enajenante dolor de tantos casados de Londres.

 

Casi en la incendiaria víspera 

    cuando ante tus labios y tus teclas,

que se cierran, que se abren, se tambaleen las extrañas víctimas,

    aquella que es la más desconocida,

tu vecina estrella polar, sol de otra calle,

    caerá en picado hasta las lágrimas.

Lavará su sangre derramada en el mar viril

    que holló por tus muertos

y tejerá su globo con tu hilo de agua

    y llenará la garganta de los proyectiles

    con todos los gritos desde que la luz

por primera vez destellara en sus ojos tronantes.

 

Casi en la incendiaria víspera 

    de muertes y de entradas,

cuando cercanas y extrañas víctimas en las oleadas de Londres

    hayan buscado tu tumba solitaria,

un enemigo, de muchos, que bien sabe

    que tu corazón es luminoso

en la vigilada oscuridad, temblando en cerraduras y cuevas,

    atraerá los relámpagos

para apagar el sol, caer, montar tus teclas oscurecidas

    y alejar solamente a los jinetes chamuscados,

hasta que ese al que menos amaste

    aceche al último Sansón de tu zodiaco.

 

  (trad. Andrés Catalán)

 

 


 

 

 

 

 

 

 

14 de septiembre de 2025

'Vemos levantarse el viento secreto tras el cerebro,' de Dylan Thomas

 

Vemos levantarse el viento secreto tras el cerebro,

la esfinge de luz posarse en los ojos,

el código de los astros traducirse en el cielo.

Una noche secreta desciende entre

el cráneo, las células, las plegables orejas

sosteniendo eternamente la luna muerta.

 

Un grito sube al cielo como un cohete,

calamidad del populacho de los ciegos

decoradores de la frente de la ciudad,

doradores de calles, las manos del populacho

aplauden a la atareada hermandad

de la vara y la rueda que resucita a los muertos.

 

Una deidad urbana, movida por turbinas, esculpida de acero,

relumbra en las calles eléctricas;

un salvador urbano, en el huerto

de farolas y frutas de altos voltios,

pronuncia un evangelio de acero a los desgraciados

que hacen girar las ruedas y fijan los tornillos.

 

Oímos levantarse el viento secreto tras el cerebro,

la voz secreta nos grita en los oídos,

el evangelio urbano clama al cielo.

Sobre la deidad eléctrica crece

un Dios, más poderoso que el sol.

Las ciudades no nos robaron los ojos.

 

(Trad. de Andrés Catalán) 

'Una obra griega en un jardín', de Dylan Thomas

 

Una obra griega en un jardín

 

Una mujer llora a sus muertos entre los árboles,

bajo el verde dosel se lamenta de los vivos;

el avivado sol se duele de los cielos moribundos,

y dolido se oculta. Apiádate del amor que Electra

 

siente por todo el imperio de orgullo de Orestes

reducido a polvo en el pequeño reino de una urna,

por Agamenón y su regia sangre

que corre gritando por sus venas. No hay sol ni luna

 

que pueda iluminar la negra oscuridad de su rostro,

ningún viento egeo que calme su roto corazón;

no hay cuevas marinas más hondas que sus ojos;

el día holla los árboles y ella la noche cavernosa.

 

Entre los árboles el lenguaje de los muertos

resuena, lleno de vida, desde una máscara pintada;

la reina es asesinada; las manos de Orestes chorrean sangre;

todas las mujeres hablan del horror en el crepúsculo.

 

No pueden quedar muchas lágrimas: Electra derramó

todas las lágrimas de un país y expresó toda desesperanza

ante la carne que perece y la sangre que se vierte

y el amor que se marchita como lo hace una flor.

 

Apiádate de los vivos que están perdidos, solos;

los muertos en el Hades tienen muchos amigos,

la reina muerta paseó con el rey de Micenas

por las arboledas del Hades y los Reinos Eternos.

 

Apiádate de Electra que no tiene amor, cuya pena

ahoga y que la ahoga, que declara a los astros

sus sílabas, y a los dioses su amor;

apiádate de los pobres que no conocen las lágrimas.

 

Entre los árboles del jardín arrulla una paloma,

que nada sabe del drama que estos tristes actores recitan

sobre malvados oráculos y desgracias funerarias;

una paloma arrulla y las mujeres hablan de la muerte.

 

(Traducción de Andrés Catalán)