Casi en la incendiaria víspera
de varias muertes cercanas,
cuando lo menos uno de tus más amados
y conocidos de siempre tenga que abandonar
los leones y las llamas de su aliento aéreo,
de tus amigos inmortales
quién levantará los órganos del escrutado polvo
para emitir y cantar tu alabanza,
aquel que llamó de lo más hondo guardará silencio,
uno que no puede ahogar o interrumpir
eternamente ante su herida
en el enajenante dolor de tantos casados de Londres.
Casi en la incendiaria víspera
cuando ante tus labios y tus teclas,
que se cierran, que se abren, se tambaleen las extrañas víctimas,
aquella que es la más desconocida,
tu vecina estrella polar, sol de otra calle,
caerá en picado hasta las lágrimas.
Lavará su sangre derramada en el mar viril
que holló por tus muertos
y tejerá su globo con tu hilo de agua
y llenará la garganta de los proyectiles
con todos los gritos desde que la luz
por primera vez destellara en sus ojos tronantes.
Casi en la incendiaria víspera
de muertes y de entradas,
cuando cercanas y extrañas víctimas en las oleadas de Londres
hayan buscado tu tumba solitaria,
un enemigo, de muchos, que bien sabe
que tu corazón es luminoso
en la vigilada oscuridad, temblando en cerraduras y cuevas,
atraerá los relámpagos
para apagar el sol, caer, montar tus teclas oscurecidas
y alejar solamente a los jinetes chamuscados,
hasta que ese al que menos amaste
aceche al último Sansón de tu zodiaco.
(trad. Andrés Catalán)