La fuerza que impulsa la flor por la verde espoleta
impulsa mi verde edad; la que ataca la raíz de los árboles
es mi destructora.
Y no soy capaz de decirle a la rosa torcida
que a mi juventud la doblega la misma fiebre helada.
La fuerza que impulsa el agua a través de las rocas
impulsa mi sangre roja; la que seca los boqueantes arroyos
convierte los míos en cera.
Y no soy capaz de decir con mi boca a mis venas
que la misma boca bebe en el manantial de montaña.
La mano que arremolina el agua en el estanque
revuelve las arenas; la que el viento amarra
iza la vela de mi mortaja.
Y no soy capaz de decirle al ahorcado
que de mi arcilla está hecha la cal de los verdugos.
Los labios del tiempo sorben de la fuente;
el amor gotea y se acumula, pero la sangre caída
calmará sus llagas.
Y no soy capaz de decirle al viento tempestuoso
que el tiempo ha trazado un cielo entre los astros.
Y no soy capaz de decirle a la tumba de la amada
que en mi sábana anida el mismo gusano retorcido.
(Dylan Thomas, trad. Andrés Catalán)
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