LA CIUDAD
Vivo en la pequeña aldea del presente
pero últimamente ya no sé cómo se llaman mis vecinos.
Más y más a menudo paso mis días en la Ciudad:
la gran metrópolis en la que puedo tener la esperanza
de vislumbrar imponentes espíritus cruzando la calle,
almas resistentes como la cucaracha y el pez pulmonado.
Cuando era joven, vivía en una aldea diferente.
Teníamos desfiles: el circo, el fuerte cercano.
Y el rabino Gewirtz inventó un juego llamado «Béisbol».
Para alcanzar primera base tenías que cantar correctamente
dos versos en hebreo. Los errores eran eliminaciones.
Un strike por cada tartamudeo o titubeo.
Los chicos dábamos gracias a la benevolencia del rabí,
cómo lograba equilibrar la inmensidad de las palabras
escritas en letras de fuego por el mismísimo Dios
con nuestro simple béisbol, con las cosillas que sabíamos...
O quizás recuerde yo mal, quizás los chicos pensábamos
(no había chicas) que el béisbol era la Ciudad
y que el lenguaje que aprendíamos a base de repetir
–con un poco de atención al significado, de vez en cuando–
era algo pequeño y local. Las Grandes Ligas, la Ciudad.
A uno de los chicos lo mataron pocos años después,
vistiendo el uniforme, a miles de millas de distancia.
Era un muchacho estúpido: las veces que yo hacía de capitán,
si se las arreglaba para llegar hasta primera base,
nunca lo dejaba avanzar dos líneas
para forzar un doble. Hace tantísimo tiempo...
A veces creo que nunca he visto la Ciudad,
que el lugar donde he estado es solo un barrio infame
en el que me convenzo de que estoy en el centro.
O: salvajadas, decapitaciones, ejecuciones en masa,
tropas con órdenes de violar y humillar –las noticias,
los Salmos, las epopeyas–, ¿y si la Ciudad es eso?
Gewirtz, nos contó, significa mercader de especias.
Anís y mejorana para el embalsamamiento de cadáveres,
para conservar o mejorar la comida y la bebida:
la materia de la civilización, como los juegos o los versos.
La otra noche soñé con aquel muchacho,
aquel insensato que murió en la guerra:
acercaba la silla para mirar hacia la pared.
Yo pretendía que leyera del libro de oraciones.
Él no contestaba, no iba a jugar a ese juego.
(Robert Pinsky, Ginza Samba: Poemas escogidos, Vaso Roto, 2014)
(Traducción, A. Catalán)
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