29 de agosto de 2011

Uno más de Philip Schultz

¿POR QUÉ

está sentado aquí este hombre llorando
en este restaurante de postín
en su sexagésimo primer cumpleaños, porque
su miedo se hace más fuerte cada año,
porque es aún el muchacho que corre
hacia primera base, que cree
que llegar hasta allí lo significa todo,
por las arañas que trepan
al sicómoro que está junto a su casa
esta mañana, la elegancia
de una civilización libre de engaño,
por las caras de chiquillo
de los cinco soldados muertos en la televisión,
la estoica curiosidad que hay en sus ojos,
su creencia en la dignidad
del sacrificio, porque la inocencia
es el lugar más oscuro del universo,
por los iraquíes sobre sus manos
y rodillas buscando un sangriento botón,
una mordida uña de la mano, pruebas
de su arrebatada trascendencia, por
la primitiva arquitectura
de sus sueños, el crudo egoísmo
de su ignorancia, porque cree
en la liberación, la pureza del dolor,
la santidad de la verdad, por
las insólitas caras humanas de su mujer
y los dos chicos sonriéndole al otro lado
de esta mesa fastuosa, por
la pasión que tienen por las conmemoraciones,
la certidumbre de que la bondad se continúa,
por las arañas aferrándose a
la elegancia de cada instante, porque
llegar hasta allí aún lo significa todo?

(Philip Schultz; el original, en el New Yorker, aquí)
(Traducción de A. Catalán)

Philip Schultz. Fotografía de Monica Banks

17 de agosto de 2011

Resistir, de Philip Levine

Verdes dedos
que sujetan la ladera,
la mostaza azotada
por los vientos marinos, una brillante
y encarnada amapola inspirando
y espirando. El aroma
de tierra española llega
hasta mí, amarilleada
con mi propia orina.
                                    A 40 millas de Málaga
a casi medio mundo
de casa, estoy en casa y estoy
en ningún sitio, un hombre que envidia
a la hierba.
                   Dos bueyes curiosean
uncidos juntos en el verde claro
más abajo. Rechinan sus cencerros. Cuando
caen la oscuridad y la humedad
con el anochecer juntan
sus grandes y lentos cuerpos camino
de los establos.
                          Si mi espíritu
descendiera ahora, sería
una gaviota extraviada destellando contra
una ascendente ladera, o un ángel
que llorara demasiado fácilmente, o un único
vaso de agua de mar, ya nunca azul
y misteriosa, pero salada todavía.

(Philip Levine, From Red Dust, 1971)
(Traducción de A. Catalán)

16 de agosto de 2011

Philip Levine, nuevo Poet Laureate

Aunque están a punto de aparecer en la revista Clarín un par de traducciones mías de Philip Levine (en el número Julio-Agosto), aprovecho que acaba de ser nombrado poeta laureado de los Estados Unidos (la noticia, aquí) para compartir una traducción más de este poeta, tan ligado a España y tan desconocido sin embargo por acá.



ACERCA DEL ENCUENTRO ENTRE GARCÍA LORCA Y HART CRANE

Brooklyn, 1929. Por supuesto Crane
ha estado bebiendo y no tiene ni idea
de quien es este curioso andaluz, incapaz
incluso de comunicarse en el idioma de la poesía.
El joven que los ha juntado
sabe tanto español como inglés,
pero le duele la cabeza de saltar
una y otra vez de un idioma
a otro. Para descansar un momento
se acerca a la ventana a mirar
el East River, que va oscureciéndose
allí abajo según va llegando la noche.
Algo destella enfrente de sus ojos,
una visión doble de tal horror
que tiene que taparse la boca
con las manos para no gritar.
No seamos frívolos, no
pretendamos que los dos poetas intercambiaron
sabiduría o amor o que pasaron
un buen rato, no
inventemos un diálogo de tal elocuencia
que no olvidarían ni las hormigas 

de nuestra propia casa. Los dos
mayores genios poéticos vivos
se encontraron, ¿y qué pasó? Una visión
le llega a un hombre corriente que observa
un asqueroso río. ¿Has tenido alguna
vez una visión? ¿Has sacudido la cabeza
hasta hacerla pedazos para alejarte
bruscamente de la imagen de tu hijo pequeño
cayendo a través del espacio, no
desde la popa de un barco procedente
de Vera Cruz a New York sino desde
el tejado del edificio en que trabaja?
¿Te has levantado de la cama para caminar
incesante hasta el alba para rogar a un Dios inmisericorde
que se llevara estas imágenes? Ah, sí,
bendita sea la imaginación. Nos proporciona
los mitos mediante los que vivimos. Bendito
sea el visionario poder del ser humano
— el único animal que lo tiene —,
bendita la imagen precisa de tu padre
muerto y del mío, muerto, benditas las imágenes
que acechan en los rincones de nuestra vista
y que no desaparecerán. El joven
era mi primo, Arthur Lieberman,
después estudiante de lenguas en Columbia,
que me contó todo esto antes de que muriera
tranquilamente mientras dormía en 1983
en un hotel en Perugia. Un buen hombre,
Arthur, que sobrevivió a la escuela superior,
después volvió a casa a Detroit y vendió
pianos a lo largo de toda la Depresión.
Le prestó a mi hermano uno usado
para que compusiera sus espantosas canciones,
que Arthur pensaba eran obras maestras.
¡Qué imaginación la de Arthur!

(Philip Levine, The Simple Truth,  1994)

(Traducción de A. Catalán)

Arthur Leipzig: Divers, East River, 1948