El verano pasado me topé con la poesía de Russell Edson en un artículo de Vila-Matas sobre Lydia Davis (esta le mencionaba que "por cada millón de poemas que lamentan el cruel destino de un alma
profundamente incomprendida, existe un poema divertido de Russell Edson) y, tras leer algunos, entusiamado por la mezcla de absurdo, lírica e insolencia, traducirlos a toda velocidad, mandarme un par de emails con Vila-Matas, tras algún otro artículo (aquí) y alguna otra traducción, salió una selección hecha por mí en un número reciente de Cuadernos Hispanoamericanos. Unas semanas después de todo esto, Edson moría a la edad de 79 años.
Poco sabía de Edson entonces y poco sé ahora: era un tipo alejado de la escena literaria, "a bit reclusive", me dijo Robert Pinsky cuando le pregunté, algo huraño, del que no es fácil conseguir demasiados datos. Pero siguen fascinándome su falta de pretensión literaria, su desenfado, su alegría. En las grabaciones que hay de él el público suele guardar un silencio incómodo y dubitativo, sin saber si hay que reirse de estos "poemas" o por el contrario tomárselos en serio, hasta que el propio Edson estalla en carcajadas ante sus propios despropósitos verbales y el público se le une aliviado. Es un tipo que difícilmente puede caerte antipático. Hace poco Charles Simic recordaba a su amigo Edson (aquí), y describía bien la manera en que este abordaba los poemas:
"Edson decía que quería escribir sin deudas u obligaciones hacia ninguna forma o idea literaria, una poesía liberada de la definición de poesía y una prosa libre de las necesidades de la ficción, liberada incluso de su autor y de sus propias expectativas. Lo que le hacía apreciar los poemas en prosa, decía, es su torpeza, su falta de ambición, y su sentido de lo raro. Si el producto acabado resultaba ser una obra literaria, esto era solamente algo fortuito respecto a sus intenciones. En otras palabras, concebía la poesía como un avión de hierro fundido que vuela esporádicamente, principalmente debido a que a su piloto no parece preocuparle si vuela o no. La verdadera sorpresa llega cuando nos damos cuenta de que lo que estamos leyendo no es la labor de un bromista, sino la de un pensador satírico y serio".
Uno de los poemas que más me gustan, especialmente cruel, es el siguiente:
SIMIO
No te has terminado tu
simio, le dijo madre a padre, que tenía pelo de mono y sangre en las barbas.
Suficiente mono, gritó
padre.
No te comiste las
manos, y me tomé la molestia de hacer aritos de cebolla para los dedos, dijo
madre.
Picaré un poquito de
su frente, y con eso bastará, dijo padre.
Le he rellenado la
nariz con ajo, tal y como te gusta, dijo madre.
¿Por qué no haces que
el carnicero te trocee estos simios? Lo pones entero en la mesa cada noche; el
mismo cráneo fracturado, la misma piel chamuscada, como alguien que hubiera
muerto horriblemente. Esto no son cenas, son disecciones post-mortem.
Prueba un pedacito de
encía, le he rellenado la boca de pan, dijo madre.
Agh, parece una boca
llena de vómito. ¿Cómo voy a hincarle el diente a la mejilla con el pan
derramándosele de la boca? gritó padre.
Parte una de las
orejas, están tan crujientes, dijo madre.
Daría lo que fuera por
que les pusieras calzoncillos a estos simios; aunque fuera un suspensorio,
aulló padre.
Padre, cómo te atreves
a insinuar que veo al simio como algo más que simple carne, aulló madre.
Bueno, ¿qué hay de esa
cinta atada con un lazo en sus partes nobles? aulló padre.
¿Estás diciendo que
estoy enamorada de esta criatura inmunda? ¿que rendiría mi abertura de mujer a
esta bestia? ¿Que después de que hubiéramos hecho el amor en el suelo de la
cocina lo metería en el horno, tras romperle la cabeza con una sartén; y que se
lo serviría después a mi marido, para que mi marido se comiera las pruebas de
mi infidelidad...?
Solo digo que estoy
jodidamente harto de cenar simio cada noche, gritó padre.
(Russell Edson)
(Traducción de A. Catalán)
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