Te llevo observando media hora;
en equilibrio sobre esa flor amarilla
y, ¡pequeña mariposa! Lo cierto es
que no sé si estás dormida o te alimentas.
¡Qué quieta estás! ¡Ni los mares helados
están más quietos! ¡Y luego
qué gozo te espera, cuando la brisa
te encuentre entre los árboles
y a su lado te vuelva a convocar!
Esta parcela de huertos es toda nuestra;
los árboles son míos, las flores de mi hermana;
descansa aquí tu alas cuando te canses;
¡alójate aquí como si fuera un santuario!
Ven cuando quieras, no temas ningún mal;
¡siéntate en una rama a nuestro lado!
Hablaremos de la luz del sol y de canciones,
y de los días de verano, cuando éramos jóvenes;
los dulces días de la infancia, que eran tan largos
como ahora lo son una veintena.
**
¡Quédate junto a mí! ¡No emprendas vuelo!
¡Mantente un poco más a la vista!
¡Tenemos tantas cosas de que hablar,
historiadora de mi infancia!
Revolotea cerca de mí; ¡no partas todavía!
Las épocas pasadas reviven en ti:
¡tú me las devuelves, criatura alegre!
¡Una imagen solemne para mi corazón,
la familia de mi padre!
¡Ay! Gratos, gratos fueron los días,
las horas, cuando, en nuestros juegos infantiles,
mi hermana Emmeline y yo
juntos perseguíamos a las mariposas.
Yo como un cazador me abalanzaba
sobre la presa: con saltos y brincos
la seguía de la rama a los arbustos;
pero ella, Dios la bendiga, temía
quitarle el polvo de las alas.
Trad. Andrés Catalán
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