Intestino grueso
Mira el espejo. Mirémoslo ambos.
Ahí tienes mi cuerpo desnudo.
Al parecer te gusta,
yo no tengo motivos para hacerlo.
¿Quién nos ha atado, a mí y a mi cuerpo?
¿Por qué tengo que morir
al mismo tiempo que él?
Tengo derecho a saber donde está trazada
la frontera entre nosotros.
Dónde estoy yo, yo sola, yo misma.
¿En el vientre, estoy en el vientre? ¿En los intestinos?
¿En el hueco del sexo? ¿En un dedo del pie?
Al parecer en el cerebro. Yo no lo veo.
Saca el cerebro de mi cráneo. Tengo derecho
a verme a mí misma. No te rías.
Qué cosa más macabra, dices.
No soy yo quien hizo
mi cuerpo.
Llevo puestos los harapos usados de mi familia,
un cerebro extraño, fruto del azar, el pelo
de mi abuela, la nariz
combinada de unas pocas narices muertas.
¿Qué tengo en común con todo eso?
¿Qué tengo en común contigo, a quien le gusta
mi rodilla? ¿Qué tengo que ver con mi rodilla?
Sin duda
yo habría elegido un modelo diferente.
Os dejaré a los dos aquí,
a mi rodilla y a ti.
No frunzas el ceño, te dejaré mi cuerpo entero
para que juegues con él.
Y yo me iré.
No hay lugar para mí aquí,
en esta ciega oscuridad, a la espera
de la podredumbre.
Saldré corriendo, me alejaré
corriendo de mí misma.
Me buscaré
corriendo
como loca
hasta mi último aliento.
Uno debe apresurarse
antes de que llegue la muerte. Porque entonces
como un perro al que tiran de la correa
tendré que regresar
a este cuerpo que sufre con estridencia.
Que soportar la última
y más estridente ceremonia del cuerpo.
Derrotada por el cuerpo,
lentamente aniquilada por culpa del cuerpo
me convertiré en un fallo renal
o en el cáncer del intestino grueso.
Y expiraré avergonzada.
Y el universo expirará conmigo,
reducido tal como está
a un fallo renal
o al cáncer del intestino grueso.
(Traducción de Andrés Catalán, desde la versión inglesa de Czeslaw Milosz).
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