La caída de Roma
(Para Cyril Connolly)
Los muelles son aporreados por las olas;
la lluvia en un campo solitario
azota un tren abandonado;
los forajidos atestan las cuevas de los
montes.
Cada vez más estrafalaria es la ropa de
gala;
los inspectores del fisco persiguen
a los huidos defraudadores a través
de las cloacas de ciudades de provincias.
Secretos ritos de magia mandan
a dormir a las prostitutas del templo;
todos los literatos tienen
un amigo imaginario.
Puede que el cerebral Catón
alabe las Antiguas Disciplinas
pero los musculosos marines
se amotinan por su rancho y paga.
La cama doble de Cesar sigue tibia
cuando un insignificante funcionario
escribe NO ME GUSTA MI TRABAJO
en un formulario oficial de color rosa.
Carentes de riqueza o compasión,
pajarillos de patas escarlata,
empollando sus huevos moteados,
observan las ciudades arrasadas por la
gripe.
En un lugar completamente diferente,
inmensas
manadas de renos atraviesan
millas y millas de dorado musgo,
silenciosamente y muy deprisa.
(W. H. Auden)
(Traducción de Andrés Catalán)
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