LAS EQUÍVOCAS TRANSPARENCIAS DE LARS GUSTAFSSON
"Aunque conocido fundamentalmente como novelista, Lars Gustafsson (Västerås, Suecia, 1936), autor de Muerte de un apicultor (1978; Nórdica Libros, 2006), es sin embargo un prolífico escritor que ha frecuentado todos los géneros. Incluido por Harold Bloom en su canon occidental, autor de más de cincuenta títulos entre ensayo y prosa, ha publicado además alrededor de veinticinco poemarios desde 1962, cuando vio la luz su Ballongfararna [Los aeronautas], hasta su último Elden och döttrarna [El fuego y las hijas] de 2012. Tal incesante -casi excesiva- actividad literaria no le ha impedido ser, además, uno de los polemistas más activos de Suecia: su oposición y críticas a la izquierda y a la burocracia acabaron motivando en 1983 la salida definitiva de un país en el que no podía considerarse ya más que un outsider. Establecido en Austin (Texas), se dedicó a la enseñanza de filosofía y cultura germánica en la universidad hasta que, en 2006, decidió volver a Suecia. El hecho de ser hoy día un habitante de la ciudad de Estocolmo no quiere decir que haya abandonado el cariz polémico de sus intervenciones: en 2009 apoyó públicamente al controvertido Partido Pirata sueco, que logró en las elecciones al Parlamento Europeo de ese año dos escaños con el 7% de los votos.
Pensador y filósofo, doctorado en filosofía teórica por la Universidad de Uppsala, interesado sobre todo en la construcción de la identidad personal y en la relación entre realidad y ficción, algunos de sus poemas podrían calificarse como filosóficos, pero esta carga (si podemos llamarla así) no intimida en modo alguno al lector: su poesía es ligera a pesar de manejar conceptos complejos, transparente como el aire de Suecia, como un perlado mueble de IKEA que escondiera tras su sencilla estructura y su pulida, dócil superficie un conglomerado apanalado de ideas. Como sucede con los poemas del premio Nobel Tomas Tranströmer, la sintaxis, el léxico, son sencillos; pero, como sucede con algunos vasos de agua aparentemente inofensivos, en esa claridad se agazapa a veces el misterio, el enigma cuyo vislumbre solo se le ofrece a quienes han hecho de la atención a las cosas más simples una obligación constante. Gustafsson no trata de acceder a la realidad interpretando lo que ve como una metáfora, sino que prefiere la mayor parte de las veces tratar de presentarlas de la forma más desnuda posible. Y en esa desnudez sugerir o jugar con sus significados. ¿A qué realidades atiende especialmente Gustafsson? En el prólogo a la antología americana de sus poemas titulada The stillness of the world before Bach (1988), Christopher Middleton trataba de elaborar un mínimo catálogo alfabético de los dispares y múltiples intereses a los que atendía tanto en sus novelas como en su poesía: acústica, aeronáutica, apicultura, arquitectura, ballet, climatología, cocina, filosofía, física, geología, esoterismo, identidad, informática, lingüística, matemáticas, música, ornitología, pintura, política, psicología, sexualidad, submarinos, tenis, teoría de información, utopías y zoología: los objetos de semejante campo de inquietudes se intercalan, dialogan, se reinventan y luchan en la mente que los explora y se plasman así, interconectándose mientras las perspectivas cambian y las relaciones se rehacen a la vez que se presentan, creciendo en número con cada nueva novela y poemario (una novela, dirá, es una casa; un poema es un hombre que recorre uno de sus pasillos).
Sencillez, distanciamiento filosófico y acumulación de erudición no quieren decir que los poemas de Gustafsson sean fríos o faltos de experiencia humana. Cuando en 2005 fue invitado por el Festival Internacional de Rotterdam a pronunciar el tradicional discurso en defensa de la poesía, una característica le parecía indispensable: “en un mundo en el que casi la totalidad de la comunicación tiende hacia una perspectiva en tercera persona, esta perspectiva en primera persona [la de la poesía] cobra una importancia obvia por el hecho de ser simplemente algo poco común”. El lenguaje, dirá Gustafsson, puede que sea impersonal, incluso mecánico, pero alberga en sí la posibilidad de la expresión musical, de poder otorgar voz a la experiencia más íntima. Es la capacidad lógica de la poesía (que no estéril racionalidad) la que le interesa. La tradicional asociación romántica de la poesía con los sentimientos y la efusión resulta en su opinión en una “estética de pasta de dientes”: el poeta sería así un tubo dentífrico en cuyo interior habita la pasión y una vida emocional inestable; cuando presionamos el tubo, los sentimientos salen, mostrándose en una forma poética. Nada más alejado de la poesía, según Gustafsson. En ese mismo discurso desarrollaba por otro lado una comparación interesante: la poesía es como las matemáticas. Desde la antigüedad ambas forman parte de la humanidad de una forma destacada y a la vez selecta; ninguna de las dos es precisamente fácil de aprender, y no siempre son muy populares; decir “soy un poeta” y decir “soy un matemático” resulta igualmente pretencioso; las publicaciones en torno a las matemáticas y la poesía ven la luz en revistas económicamente inviables si no estuvieran apoyadas por agentes externos; el éxito en ambos campos no significa necesariamente un alcance de público amplio, sino que interesará tan solo a aquellos asiduos a esas publicaciones... y sin embargo nadie se preocupa de la necesidad de tener que defender las matemáticas. ¿De qué y por qué deberíamos sentirnos obligados a defender la poesía? ¿Necesita que la defendamos?
Los poemas de Gustafsson son artefactos juguetones y lúcidos en los que a veces el acentuado lirismo es aligerado por el tono filosófico, y a veces la aparente sencillez y sobriedad gana profundidad gracias a las sucesivas capas de pensamiento que este oculta. Como los viejos barcos "que rompen sus amarres durante la temprana / tormenta de otoño / y flotan a la deriva, / pesados, medio llenos de agua, / melancólica / y silenciosamente filosóficos / hasta que acaban pudriéndose rodeados de juncos", los poemas de Gustafsson se deslizan de lo anecdótico a lo sublime, de la sencilla limpieza invernal a la oscura complejidad humana."
Pensador y filósofo, doctorado en filosofía teórica por la Universidad de Uppsala, interesado sobre todo en la construcción de la identidad personal y en la relación entre realidad y ficción, algunos de sus poemas podrían calificarse como filosóficos, pero esta carga (si podemos llamarla así) no intimida en modo alguno al lector: su poesía es ligera a pesar de manejar conceptos complejos, transparente como el aire de Suecia, como un perlado mueble de IKEA que escondiera tras su sencilla estructura y su pulida, dócil superficie un conglomerado apanalado de ideas. Como sucede con los poemas del premio Nobel Tomas Tranströmer, la sintaxis, el léxico, son sencillos; pero, como sucede con algunos vasos de agua aparentemente inofensivos, en esa claridad se agazapa a veces el misterio, el enigma cuyo vislumbre solo se le ofrece a quienes han hecho de la atención a las cosas más simples una obligación constante. Gustafsson no trata de acceder a la realidad interpretando lo que ve como una metáfora, sino que prefiere la mayor parte de las veces tratar de presentarlas de la forma más desnuda posible. Y en esa desnudez sugerir o jugar con sus significados. ¿A qué realidades atiende especialmente Gustafsson? En el prólogo a la antología americana de sus poemas titulada The stillness of the world before Bach (1988), Christopher Middleton trataba de elaborar un mínimo catálogo alfabético de los dispares y múltiples intereses a los que atendía tanto en sus novelas como en su poesía: acústica, aeronáutica, apicultura, arquitectura, ballet, climatología, cocina, filosofía, física, geología, esoterismo, identidad, informática, lingüística, matemáticas, música, ornitología, pintura, política, psicología, sexualidad, submarinos, tenis, teoría de información, utopías y zoología: los objetos de semejante campo de inquietudes se intercalan, dialogan, se reinventan y luchan en la mente que los explora y se plasman así, interconectándose mientras las perspectivas cambian y las relaciones se rehacen a la vez que se presentan, creciendo en número con cada nueva novela y poemario (una novela, dirá, es una casa; un poema es un hombre que recorre uno de sus pasillos).
Sencillez, distanciamiento filosófico y acumulación de erudición no quieren decir que los poemas de Gustafsson sean fríos o faltos de experiencia humana. Cuando en 2005 fue invitado por el Festival Internacional de Rotterdam a pronunciar el tradicional discurso en defensa de la poesía, una característica le parecía indispensable: “en un mundo en el que casi la totalidad de la comunicación tiende hacia una perspectiva en tercera persona, esta perspectiva en primera persona [la de la poesía] cobra una importancia obvia por el hecho de ser simplemente algo poco común”. El lenguaje, dirá Gustafsson, puede que sea impersonal, incluso mecánico, pero alberga en sí la posibilidad de la expresión musical, de poder otorgar voz a la experiencia más íntima. Es la capacidad lógica de la poesía (que no estéril racionalidad) la que le interesa. La tradicional asociación romántica de la poesía con los sentimientos y la efusión resulta en su opinión en una “estética de pasta de dientes”: el poeta sería así un tubo dentífrico en cuyo interior habita la pasión y una vida emocional inestable; cuando presionamos el tubo, los sentimientos salen, mostrándose en una forma poética. Nada más alejado de la poesía, según Gustafsson. En ese mismo discurso desarrollaba por otro lado una comparación interesante: la poesía es como las matemáticas. Desde la antigüedad ambas forman parte de la humanidad de una forma destacada y a la vez selecta; ninguna de las dos es precisamente fácil de aprender, y no siempre son muy populares; decir “soy un poeta” y decir “soy un matemático” resulta igualmente pretencioso; las publicaciones en torno a las matemáticas y la poesía ven la luz en revistas económicamente inviables si no estuvieran apoyadas por agentes externos; el éxito en ambos campos no significa necesariamente un alcance de público amplio, sino que interesará tan solo a aquellos asiduos a esas publicaciones... y sin embargo nadie se preocupa de la necesidad de tener que defender las matemáticas. ¿De qué y por qué deberíamos sentirnos obligados a defender la poesía? ¿Necesita que la defendamos?
Los poemas de Gustafsson son artefactos juguetones y lúcidos en los que a veces el acentuado lirismo es aligerado por el tono filosófico, y a veces la aparente sencillez y sobriedad gana profundidad gracias a las sucesivas capas de pensamiento que este oculta. Como los viejos barcos "que rompen sus amarres durante la temprana / tormenta de otoño / y flotan a la deriva, / pesados, medio llenos de agua, / melancólica / y silenciosamente filosóficos / hasta que acaban pudriéndose rodeados de juncos", los poemas de Gustafsson se deslizan de lo anecdótico a lo sublime, de la sencilla limpieza invernal a la oscura complejidad humana."
(Andrés Catalan & Neila García, Clarín, nº 106, 2013)
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ARISTÓTELES Y EL CANGREJO
Fuimos a comprar gusanos de cebo
a una tienda que anunciaba a las claras su función.
Encontramos lo que estábamos buscando:
gordos, trémulos gusanos de la harina,
del tipo que parecen preferir los peces de aquí.
Pero en medio del lugar había una enorme
vasija anticuada: azul, redondeada, y llena de
cangrejitos. Mi hijo pequeño estaba desconsolado
por tener que dejar aquellas criaturas fabulosas.
Compramos dos y los soltamos
en nuestro limpio, resplandeciente acuario
en el que los peces de colores se movían solemnemente
como viejos poetas por una academia ilustre. Y mirad,
una gran oscuridad descendió sobre todas las cosas;
discusiones y debates se llevaron a cabo
más allá de nuestra compresión; solo las algas
que llegaban a la superficie daban testimonio
de la lucha en las ocultas profundidades.
Al tercer día, las aguas se aclararon nuevamente.
Todo como antes. Pero no había cangrejo alguno
que ver. Decidimos que ahora estarían viviendo
como ermitaños, con una mayor sabiduría,
una existencia apartada de la vida pública
a mucha profundidad bajo el lecho del fondo.
Así es como lo dejamos, hasta que un día
abrí mi Aristóteles
y me topé con el insignificante cuerpo de un cangrejo,
plano como una planta en un herbario,
justo en el pasaje en el que el Filósofo
habla de la memoria y del recuerdo
de sucesos pasados. Y este capítulo,
una de las mejores cosas que nadie
ha escrito jamás de la memoria, estará
desde ahora en adelante asociado
con un olor nada fácil de olvidar:
cangrejos, ligeramente podridos.
Fuimos a comprar gusanos de cebo
a una tienda que anunciaba a las claras su función.
Encontramos lo que estábamos buscando:
gordos, trémulos gusanos de la harina,
del tipo que parecen preferir los peces de aquí.
Pero en medio del lugar había una enorme
vasija anticuada: azul, redondeada, y llena de
cangrejitos. Mi hijo pequeño estaba desconsolado
por tener que dejar aquellas criaturas fabulosas.
Compramos dos y los soltamos
en nuestro limpio, resplandeciente acuario
en el que los peces de colores se movían solemnemente
como viejos poetas por una academia ilustre. Y mirad,
una gran oscuridad descendió sobre todas las cosas;
discusiones y debates se llevaron a cabo
más allá de nuestra compresión; solo las algas
que llegaban a la superficie daban testimonio
de la lucha en las ocultas profundidades.
Al tercer día, las aguas se aclararon nuevamente.
Todo como antes. Pero no había cangrejo alguno
que ver. Decidimos que ahora estarían viviendo
como ermitaños, con una mayor sabiduría,
una existencia apartada de la vida pública
a mucha profundidad bajo el lecho del fondo.
Así es como lo dejamos, hasta que un día
abrí mi Aristóteles
y me topé con el insignificante cuerpo de un cangrejo,
plano como una planta en un herbario,
justo en el pasaje en el que el Filósofo
habla de la memoria y del recuerdo
de sucesos pasados. Y este capítulo,
una de las mejores cosas que nadie
ha escrito jamás de la memoria, estará
desde ahora en adelante asociado
con un olor nada fácil de olvidar:
cangrejos, ligeramente podridos.
(Lars Gustafsson)
(Traducción de Andrés Catalán)
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