LE DÉJEUNER EN FOURRURE
Por la misma operación con que se añade
—aprendiendo a ser centro— al paisaje, la cosa
cría piel —su consecuencia—; piel con pelo,
piel en donde la mirada va dejando
de resbalar: la semilla, la baya verdiazul
de la pupila se encadena, se aferra
al cálido pelaje,
a la —ya no lisura— suavidad. Y así,
mientras esperas que el recuerdo atenúe,
te entretenga los círculos, no hay trato:
Venus in furs, el deleite —strike,
dear mistress— deviene
en un deleite de amazona, en gracia
cuyo eco es un eco de voz grave, en líquido
donde exigua la sed aguarda el arrecife.
(Ahora solo bebo té, Pre-textos, 2014)
Méret Oppenheim, Le déjeuner en fourrure, 1936 |
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