31 de julio de 2012

Recordando a Aníbal Núñez con un poema de LJM



De varia y tardes con Aníbal Núñez


Para Pepe Núñez y Ángela San Francisco

¿Aníbal? ¿Está Aníbal?
Enseguida se pone, y escuchaba
la voz firme y timbrada de Angelita.
Desde la sobremesa hasta la cena
muchas tardes de invierno comenzaron así;
tardes sin uñas ni pavesas tristes.

El espacio remoto en sus conversaciones,
desde los barcos ebrios de la flota del verso,
hasta el perfil de Salamanca (abierta
en sucesivas torres) hacia el río
o la precisa descripción de un viaje
de infancia, en tren, por el pinar de Coca
hacia Segovia, era excitante siempre.

Guardaba tiernas cartas de muchachas...
En las de Merry Fine, de USA, le contaba
incidentes oscuros de aquel reino
con fotos del South Boston, que ilustraban
las descripciones de esos paraísos
mecidos por las dunas de un Sahara de nieve.

Abríamos los cuadros memorables
de la mejor pintura de los tiempos;
las imágenes tiernas del pionero O'Sullivan
que hiciera los retratos finales de los búfalos
y de la libertad en las praderas.

Veíamos llegar, de frente, los ocasos
hablando de la forma de fingir de Propercio
e íbamos a la calle, al reconocimiento
de los barrios, a encontrar la radiante
figura de una vieja máquina de pin-ball,
en un bar que él había evocado en sus versos,
notable novedad de imágenes danzantes,
cadera articulada de premio a los cien puntos
con panorama abierto hacia una flora
exótica que cerca a mitos gritos,
como el de Venus sobre nácar rosa
surgiendo de las aguas, en Haway, recibida
por el penacho de los cocoteros.

Yo dejé de vivir en Salamanca
(la sustancia del tiempo al pudrirse es más pálida)
cuando comenzó Aníbal el alzado
de ciertas ruinas... Fieles lealtades
al incendio que en ella la luz de ocaso deja
sobre el hueco dorado de sus plazas
y la llama redonda de sus cúpulas.


Luis Javier Moreno, Cuaderno de campo, Hiperión, 1996


Aníbal Núñez (1944-1987)


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