Desayunos con Joachim
Un domingo por la mañana en el Mel's Country Kitchen,
—el local en silencio, inclinados los parroquianos
sobre sus platos rebosantes— Joachim soltó un
"¡Han sido los judíos!". Repiquetearon unos doce tenedores,
la tensión se podía cortar con un cuchillo, y entonces añadió
con un fingido acento de Oklahoma: "Moisés subió aquel monte
para traer la palabra de Dios hasta nosotros".
Todo el mundo retomó la tarea de llenarse la boca;
Joachim mordisqueó una tostada seca y sorbió
su té sin azúcar. Por qué quiso que la gente
pensara que era un palurdo pistolero
nunca lo supe. Quitando la temporada en España
dudo que hubiera disparado un arma. Nunca habló
de aquellos años excepto para decir, solo una vez,
"Era solamente un chaval en busca de aventuras".
Encontré su nombre en una crónica poco conocida
sobre la Brigada Lincoln; "Joachim Barron,
desaparecido en combate, Teruel, 1937",
una anotación que se negó a aclararme.
Después del desayuno fuimos en coche hasta el río
a pasear su pequeño chucho gris, Ginsberg,
que le adoraba. "¡Aúlla!" le ordenaba.
El perrillo alzaba el hocico y se arrancaba
con un largo, lastimero gemido. Confieso que yo
también lo adoraba, especialmente entonces,
caminando por la orilla cubierta de lampazos,
cardos lecheros, abrojos a principios de octubre.
Joachim con su traje azul y zapatos cordobeses
inclinándose para inspeccionar cualquier flor seca
que se encontrara y adjudicarle su nombre
en latín. "¡Oro!" gritó una vez, mostrando
una piedra mientras Ginsberg bailaba a alrededor.
"¿De verdad?", le dije. "No, hermosa mica sin valor".
Con saliva sacó los grises y marrones
a relucir sobre la superficie. El oro de verdad
era Joachim, vestido como un virrey salvo
por una gastada bufanda roja y negra traída
de España, manchada con la tierra de Cataluña.
"En la que enterraron al bueno de los Machado
en el 39". Con sus perfectos zapatos hundidos
en el barro, recitó las estrofas iniciales
de "El crimen fue en Granada" en español
y añadió: "El único poema malo que escribió".
Dudo que incluso cuando estaba más despierto
supiera que encarnaba aquello que veneraba,
la exquisitez en lo más ordinario, o que pudiera
soñar con que el mundo cotidiano fuera a cambiar
así de rápido y todo lo que apreciaba volverse polvo
o nada y a dejarme a mí buscando
por todas partes lo que nunca iba a encontrar
en los años que vendrían, algo de sal para el alma.
Philip Levine, La búsqueda de la sombra de Lorca, traducción y edición de A. Catalán, Visor, 2014.
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