Si resultara alguna cosa de importancia...
tanto mejor. Y tanto más probable que nadie quisiera verla.
Hay
una barrera constante entre el lector y su sensación de contacto directo con el
mundo. Si hay un océano es aquí. O más bien, lo que está en medio es el mundo
entero: ayer, mañana, Europa, Asia, África: todas las cosas lejanas e
imposibles, la torre de la catedral de Sevilla, el Partenón.
Qué
quieren decir cuando dicen: «No me gustan tus poemas; careces completamente de
fe. No pareces haber sufrido ni, de hecho, haber sentido nada intensamente. No
hay nada atractivo en lo que dices, al contrario, los poemas son decididamente
repelentes. Son desalmados, crueles, se burlan de la humanidad. ¿Qué quieres
decir, por el amor de Dios? ¿Eres un pagano acaso? ¿Es que no toleras la fragilidad
humana? Puedes prescindir de la rima ¡pero el ritmo! ¿Por qué en tu obra es
inexistente? ¿A eso llamas poesía? Es la mismísima antítesis de lo que es
poesía. Es antipoesía. Te has empeñado en aniquilar la vida. Poesía
que solía ir de la mano con la vida, poesía que interpretaba nuestros más
profundos impulsos, poesía que inspiraba, que nos conducía a nuevos
descubrimientos, a una nueva tolerancia más profunda, a un nuevo júbilo más
elevado. ¡Vosotros los modernos! Es la muerte de la poesía lo que estás
consiguiendo. No. No puedo entender esta obra. No has sufrido aún un golpe
cruel de la vida. Cuando hayas sufrido escribirás de otra forma».
Quizás
este noble apóstrofe suponga algo terrible para mí, no estoy seguro, pero por
ahora interpreto que dice: «Me has robado. Dios, estoy desnudo. ¿Qué voy a
hacer?». Con ello quieren decir que cuando haya sufrido (en el caso de que no
lo haya hecho ya) yo también me pondré a cubierto; que yo también buscaré
refugio en la fantasía. Que conste que no digo que no vaya a hacerlo. Para
condecorar mi edad.
Pero
hoy es diferente.
El
lector se conoce tal y como era hace veinte años y también tiene en mente una
visión de lo que llegará a ser, algún día. ¡Oh, algún día! Pero lo que nunca
sabe y nunca se atreverá a saber es quién es en el momento exacto en que lo es.
Y este momento es lo único que me interesa. Ergo, ¿a quién le importa lo que yo
hago? ¿Y qué más me da a mí?
Amo
a mi prójimo. Jesús, cómo le amo: de cabo a rabo, de lado, de frente, y de
todas las formas... ¡pero él no existe! Y ella tampoco. Yo sí, de una forma en
cierta manera bastarda.
¿A
quién me dirijo entonces? A la imaginación.
De
hecho, volviendo al tema que me ocupa, casi toda la literatura hasta el
presente, si es que no todo el arte, ha sido especialmente concebida para mantener
la barrera entre el sentido y el vaporoso margen que distrae la atención de sus
desesperados acercamientos al instante. Ha sido siempre una búsqueda de «la
bella ilusión». Muy bien. Yo no busco ninguna «bella ilusión».
Y
si cuando pomposamente declaro que me dirijo a la imaginación crees que así me
divorcio de la vida y por tanto frustro mi propio objetivo, replico: Para
refinar, para aclarar, para intensificar ese eterno instante que es el único en
que vivimos, solo existe una sola fuerza: la imaginación. Este es su libro. Yo te invito a leer y a
ver.
En
la imaginación, estamos de ahora en adelante (mientras sigas leyendo) atrapados
en un fraternal abrazo, la clásica caricia entre autor y lector. Somos uno. Cada
vez que digo «yo» también quiero decir «tú». Y así, juntos, como uno solo, comenzaremos.
CAPÍTULO
19
¡oh tiempos precarios, tan abundantes en
todo lo imaginable! Imagina el Nuevo Mundo que llega hasta nuestras ventanas
desde el mar los lunes y los sábados; y también el resto de los días de la
semana. Imagínatelo en todo su prismático colorido, su contraparte en nuestras
almas: nuestras almas que son grandes pianos cuyas cuerdas, de miel y acero,
hacen tañer las divisiones del arcoíris, desperdigando en el aire grandes
novelas de aventuras. Imagina el monstruoso proyecto del instante: Mañana
nosotros el pueblo de los Estados Unidos marcharemos armados a Europa para
asesinar a cada hombre, mujer y niño en el área al oeste de los Cárpatos
(también al este) sin perdonar a nadie. Imagina qué sensación causará. Primero
los asesinaremos a ellos y luego ellos a nosotros. Pero procuremos perdonar a
los toros españoles, los pájaros, los conejos, los pequeños venados y por
supuesto: los rusos. Para los rusos construiremos un puente de un extremo a
otro del Atlántico; antes haremos el esfuerzo de asesinar a todos los
canadienses y mexicanos de este lado. Luego, oh luego, tendrá lugar la gran
película.
Da
lo mismo; el gran suceso bien puede no existir, de modo que no hay necesidad de
seguir hablando de ello. ¡Asesina! ¡asesina! a ingleses, irlandeses, franceses,
alemanes, italianos y al resto: amigos o enemigos, no hay diferencia,
asesínalos a todos. El puente será volado por los aires cuando toda Rusia esté
sobre él. ¿Y por qué?
Porque
los amamos: a todos. Ese es el secreto: un nuevo tipo de homicidio. Haremos leberwurst con ellos. Bratwurst. ¿Pero por qué, si estamos
nosotros también condenados a sufrir la misma aniquilación?
Si
pudiera decir lo que tengo en mente en sánscrito o incluso en latín lo haría.
Pero no puedo. Hablo por la integridad del alma y la mayúscula inanidad de la
vida; la formalidad de su aburrimiento; la ortodoxia de su estupidez. ¡Asesina!
¡asesina! Que haya carne fresca...
La
imaginación, intoxicada de prohibiciones, se eleva hasta ebrias alturas para
destruir el mundo. Que rabie, que mate. La imaginación es suprema. A ella todas
nuestras obras siempre, desde el pasado más remoto hasta el más lejano futuro,
han estado, están y estarán dedicadas. A ella sola mostramos nuestro ingenio al
no levantar como monumento en su honor ni el más mínimo guijarro. A ella ahora
venimos a dedicar nuestro proyecto secreto: la aniquilación de cada criatura
humana sobre la faz de la tierra. Esto es algo nunca antes intentado. Que no
quede nada; nada sino la escala más baja de los vertebrados, los moluscos,
insectos y plantas. Entonces por fin el mundo empezará de nuevo. Las casas se
derrumbarán en ruinas, las ciudades desaparecerán dando paso a montículos de
tierra que se lleva el viento, pequeños arbustos y hierbas darán paso a árboles
que envejecerán y a los que sucederán otros árboles durante innumerables
generaciones. Una maravillosa serenidad rota solo por los sonidos de los pájaros
y las bestias salvajes reina sobre toda la esfera. Orden y paz de sobra.
Este
final y autoinflingido holocausto ha sido solo por amor, por el amor más tierno,
para que reunida toda la raza humana, amarillos, negros, morenos, rojos y
blancos, aglutinados en una alma inmensa, se complazca en la vista y el retiro del
cielo de los cielos, satisfecha de descansar en sus laureles. Allí, alma de
almas, observando su propia espantosa unidad, bulle y se digiere a sí misma en
los tejidos del gran Ser Eterno en el que nos habremos convertido. Con qué
magníficas explosiones y olores se consumará el día mientras nosotros, el Ser Supremo
entre todas las criaturas, continuaremos contemplando los deseos que nos
prohibimos a nosotros mismos mientras los hacemos desfilar ante la revista
interior de nuestras propias entrañas... etcétera, etcétera, etcétera... y es
primavera: tanto en latín como en turco, en inglés y holandés, en japonés y en
italiano; es primavera junto al río Hediondo donde un magnolio, sin hojas,
frente a lo que antes era una hacienda, ahora una destartalada vivienda de
operarios, levanta sus ramas desordenadas llenas de flores blancas como el
marfil.
CAPÍTULO
XIII
Así,
cansados de la vida, en vista de la gran consumación que nos aguarda: mañana
corremos entre nuestros amigos felicitándonos por la alegría futura.
Inconscientes del mal aplastamos la médula de aquellos a nuestro alrededor con
nuestros pesados automóviles mientras nos trasladamos alegremente de un lado a
otro. Parece que no hay tiempo suficiente en el que poder expresar por completo
nuestro júbilo. Solo un día resta, un miserable día, antes de que el mundo
adquiera todo su sentido. ¡Apresurémonos! ¿Por qué preocuparnos por este hombre
o por aquel? En las oficinas de los grandes periódicos una loca alegría impera
mientras preparan los últimos números extra. Corriendo de un lado a otro los
hombres se abren paso a empujones hacia las zumbantes rotativas. Qué divertido
parece. Toda idea de desdicha nos ha abandonado. ¿Por qué íbamos a
preocuparnos? Los niños se lanzan entre risas bajo las ruedas de los tranvías,
los aviones caen jubilosamente a tierra. Alguien ha escrito un poema.
Oh
vida, ave estrafalaria, ¿de qué color son tus alas? ¿Verdes, azules, rojas,
amarillas, moradas, blancas, marrones, naranjas, negras, grises? En la
imaginación, volando sobre las ruinas de diez mil millones de almas, te veo
partiendo tristemente hacia la tierra de las plantas y los insectos, ya mar
adentro. (Gracias, soy consciente de que estoy plagiando). Bates tus grandes
alas mientras desapareces en la distancia sobre las hectáreas precolombinas de
algas flotantes.
La
nueva catedral que domina el parque miró desde sus torres hoy, con grandes
ojos, y vio junto al lago ornamental un grupo de personas que observaban con
curiosidad el cadáver de un suicida: apacible y joven muerto, el dinero que han
invertido en las piedras ha sido empleado para instruir a los hombres en la
austeridad de la vida. Moriste y nos
enseñas la misma lección. Pareces una catedral, oficiante de la primavera que
se estremece por mí entre los largos árboles negros.
(William Carlos Williams, traducción de Andrés Catalán)