2 de mayo de 2011

Vistas de Delft

Aunque estoy de acuerdo con Philip Levine en que Vermeer no nos necesita, en que no es necesario completar nada y en que quizá el verdadero poema no sea el cuadro en sí, sino los vecindarios, la gente real a las afueras del museo donde se encuentra el cuadro 1 ... aunque estoy de acuerdo, estos dos poemas. El primero, de ese maravilloso libro que es La pared amarilla de Carlos Pujol. El segundo, algo mucho más menesteroso.

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Cansa ver la ciudad, esas fachadas
de colores ingenuos, los canales,
todo visto mil veces día a día,
repitiendo el engaño
del tiempo que se va.
La puerta de Schiedam y su reloj,
y la puerta de Rotterdam
con sus torres gemelas,
la vida amurallada que protege
en vano de pretextos tentadores.
Hay una alegoría en esta imagen
de quietud que se mira en un espejo
que finge no existir.

(Carlos Pujol, La pared amarilla, Pre-Textos, 2002)


No la que tiende mansa su lomo a mediodía,
no ese preciso azul ni el amarillo
de la pared que Marcel Proust amaba,
sino la que coloca
en la ventana el ruido de los carros,
de los remos que se hunden en el agua,
la voz del mercader que anuncia sus ungüentos,
mientras vierte —cuidadosa—la leche
la muchacha.

(Andrés Catalán, "Vista de Delft", en Composiciones de lugar, Universidad Popular José Hierro, 2010)

Vermeer, Vista de Delft, c. 1660-1661


(Nota 1. A conversation with Philip Levine, Ploughshares, 10:4, 1984, p.13)

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