8 de mayo de 2011

Sobre Robert Duncan

Leo la estupenda antología de Robert Duncan que Marta López-Luaces ha preparado para Bartleby (Tensar el arco y otros poemas, Antología poética 1939-1987).
Labor tremenda de traducción, nada sencilla, resuelta con nota. Alguna errata aquí allá y algún despiste.

Como ejercicio, traduzco un poema, que dejo aquí como invitación para acercarse al libro, muy beat, muy Sanfrancisco, muy W.C.W. 


UN POEMA EN ESTIRAMIENTO
  
    profetizando. Leyendo el agua o las palabras, los signos son cartas en sus múltiples yuxtaposiciones. En donde leemos. No está realmente ahí. No es nada. Una lámina de alterada arena. Un paisaje de sonidos, graznidos, suspiros, un suspiro. Un sencillo estiramiento del tiempo en el que los árboles no son verdes pero titubean. Un signo. Los fáciles árboles, casas, castillos muy lejanos, un foso, una autopista con corrientes de coches, una alta red de cables. No es nada. Cables u ojos bizcos dando paso a la visión en la deformación de la visión. No está ahí. Está en el aire. El rumor. ¿Llega a nuestros oídos?

Un poema estirándose una vez apretado en la mano. Oído habiéndolo visto. Ahora se ve que ha sido oído. Una carta, luego otra carta. Es la reina de corazones y un siete. Negro. De picas. Otras cartas que no podemos ver determinan la escena. No estamos mirándolas. No estamos buscándolas. Nos dicen, nos hacen recordar. Las ocultas palabras que acabamos de ver pero que no hemos oído nos hablan. Ahora sé. Sé, te digo. Todo lo veo. Todo. Ella tiene miedo. Un juego de azar. Baraja las cartas. Al barajar las palabras, que pierden su sentido, sentimos.

    Pon tus cartas sobre la mesa. OK. El signo de los tiempos.
   
    Primero un cigarrillo. Sí. Manos en movimiento, sujetándolo. Un cigarrillo. Prender. Una cerilla. Cigarrillo encendido. Un titubeo. Detente antes de prender nada. El cálido humo tóxico que aspiramos. Un jadeo. Detente. Un jadeo amargo. La mano agarra el lápiz, luchando con la mordedura de la punta que apunta. Un jadeo. Un suspiro. El humo caliente distrae la obstinada mente.

    Lo veo. Lo veo todo hasta llegar a la siguiente frase.

    *

    ¡Una frase tan bella! Una lástima gastarla. Bueno, bueno. Ella tiene miedo. La otra carta, una lástima. Desgastarla. Esculpir en una sensación de desbordamiento, en una disposición en el desbordamiento de palabras. Y nos alcanzamos en todo eso

    como un borracho ahora nadando
    suspendido, fumando,
    contemplando por fin los mágicos horizontes
    el mundo es redondo alrededor de su redondez
    contradicha. En todos lados.
    Una mente inspirada podría verlo plano.
    Suspendido, jadeando
    en otro elemento, los pulmones jadeando
    el humo caliente de la visión,
    una  rotunda declaración, una duradera doctrina.

Su marido tiene un sombrero plegable.
Se pliega.
Un final. Las palabras de un borracho
doblándose. Una visión afligida.
Tan rotundo como eso.

(Robert Duncan, A Book of Resemblances, 1950-1953) 
(Traducción de Andrés Catalán)

El poeta Robert Duncan, de niño. (Tomada del Chicago Review, 452)

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